miércoles, 15 de agosto de 2018

Trauma perdido y encontrado: cómo el trauma familiar heredado da forma a quienes somos

El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado. 

- William Faulkner, Réquiem por una monjaUna característica bien documentada del trauma, que es familiar para muchos, es nuestra incapacidad para articular lo que nos pasa. 

No sólo perdemos nuestras palabras, sino que algo le ocurre a nuestra memoria también. 

Durante un incidente traumático, nuestros procesos de pensamiento se vuelven dispersos y desorganizados, de tal manera que ya no reconocemos los recuerdos como pertenecientes al evento original. 

En su lugar, en nuestro inconsciente se almacenan fragmentos de la memoria de manera dispersa y en forma de imágenes, sensaciones corporales y palabras; y éstas pueden llegar a ser activadas más tarde por cualquier cosa que tenga una remota reminiscencia de la experiencia original. 

Una vez que se activan, es como si se hubiera presionado un botón invisible de rebobinado, haciendo que recreemos aspectos del trauma original en nuestro día a día. Sin darnos cuenta, podríamos estar reaccionando a determinadas personas, eventos o situaciones en las viejas formas que no son familiares y que se hacen eco del pasado. 

Sigmund Freud identificó este patrón hace más de cien años. La repetición traumática, o "compulsión a la repetición", como Freud lo acuñó, es un intento del inconsciente de reproducir lo que no se ha resuelto para que podamos "hacer las cosas bien". Este impulso inconsciente de revivir eventos pasados podría ser uno de los mecanismos que intervienen cuando las familias repiten los traumas no resueltos en las generaciones futuras. 




El contemporáneo de Freud, Carl Jung, también creía que lo que queda inconsciente no se disuelve, sino que vuelve a surgir en nuestras vidas como destino o fortuna. "Lo que no emerge como Consciencia", dijo, "vuelve como Destino". 

En otras palabras, es probable que sigamos repitiendo los patrones inconscientes hasta que los traigamos a la luz de la consciencia. Tanto Jung y Freud observaron que todo lo que es demasiado difícil de procesar no se desvanece por sí solo, sino que se almacena en nuestro inconsciente. 

Freud y Jung observaron cómo ciertos fragmentos de la experiencia de vida que fueron previamente bloqueados, suprimidos o reprimidos aparecían en las palabras, los gestos y comportamientos de sus pacientes. Durante las décadas siguientes, los terapeutas verían indicios tales como los lapsus, los patrones de accidentes, o las imágenes de los sueños como mensajeros que iluminan las regiones inefables e impensables de las vidas de sus clientes. 

Los recientes avances en la tecnología de imágenes han permitido a los investigadores desentrañar el cerebro y las funciones corporales que "fallan" o se descomponen durante los episodios abrumadores. Bessel van der Kolk es un psiquiatra holandés conocido por sus investigaciones sobre el estrés postraumático. 

Él explica que durante un trauma, el centro del habla se apaga; al igual que la corteza prefrontal medial, la parte del cerebro responsable de experimentar el momento presente. Él describe el "terror indescriptible" del trauma como la experiencia de quedarse "sin palabras", una ocurrencia común cuando se ven obstaculizadas las vías cerebrales del recuerdo durante los períodos de amenaza o peligro. 

"Cuando las personas reviven sus experiencias traumáticas", dice, "los lóbulos frontales son discapacitados y, como resultado, tienen dificultad para pensar y hablar. Ellos ya no son capaces de comunicar de manera precisa, a sí mismos o a los demás, lo que les está pasando". 

Aún así, no todo es silencio: las palabras, imágenes e impulsos que se fragmentan después de un evento traumático resurgen para formar un lenguaje secreto del sufrimiento que llevamos con nosotros. Nada se perdió. Las piezas solamente fueron desviadas. 

Las nuevas tendencias en la psicoterapia están empezando a apuntar más allá de los traumas del individuo para incluir eventos traumáticos en la historia familiar y social como una parte de la imagen completa. 

Tragedias que varían en tipo e intensidad como el abandono, el suicidio y la guerra, o la temprana muerte de un niño, los padres, o hermanos, pueden enviar ondas de choque de angustia que caen en cascada de una generación a la siguiente. 

Los desarrollos recientes en los campos de la biología celular, la neurobiología, la epigenética y la psicología del desarrollo subrayan la importancia de explorar al menos tres generaciones de la historia de la familia con el fin de entender el mecanismo detrás de los patrones repetitivos del trauma y el sufrimiento. 

La siguiente historia ofrece un claro ejemplo. Cuando conocí a Jesse, no había tenido una noche completa de sueño en más de un año. Su insomnio se hacía evidente en las sombras oscuras alrededor de los ojos, pero el vacío de su mirada sugirió una historia más profunda. Aunque tenía sólo veinte años, Jesse parecía ser al menos diez años mayor. Él se dejó caer en el sofá como si sus piernas ya no pudieran soportar su peso. 

Jesse explicó que había sido un atleta brillante y un estudiante de puros 10, pero su insomnio persistente había iniciado una espiral descendente de depresión y desesperación. Como resultado de ello, se retiró de la universidad y tuvo que renunciar a la beca de béisbol por la que había trabajado tan duro. Buscó desesperadamente ayuda para volver a poner su vida en orden. 

Durante el año pasado, había ido a tres médicos, dos psicólogos, una clínica del sueño, y un médico naturópata. Ninguno de ellos, relató de forma monótona, era capaz de ofrecer cualquier comprensión o ayuda real. Jesse, mirando más que nada hacia el suelo mientras compartía su historia, me dijo que estaba al borde de perder sus fuerzas. 

Cuando le pregunté si tenía alguna idea acerca de lo que podría haber desencadenado su insomnio, él negó con la cabeza. Dormir, había sido siempre fácil para Jesse. Luego, una noche, justo después de su decimonoveno cumpleaños, se despertó de repente a las 3:30 de la mañana. Estaba congelándose, temblando, y era incapaz de entrar en calor, sin importar lo que intentara. 

Tres horas y varias mantas más tarde, Jesse todavía estaba completamente despierto. No sólo estaba con frío y cansado, sino que además fue capturado por un miedo extraño que nunca antes había experimentado; un miedo de que algo terrible podría suceder si se volvía a dormir. 

Si me voy a dormir, nunca voy a despertar. Cada vez que se sentía a la deriva del sueño, el miedo lo sacudía nuevamente al estado de vigilia. El patrón se repitió la noche siguiente, y la noche después de esa. Pronto el insomnio se convirtió en una experiencia penosa que ocurría todas las noches. Jesse sabía que su miedo era irracional, sin embargo, él se sentía incapaz de ponerle fin. 

Escuché atentamente mientras Jesse hablaba. Lo que sobresalió para mí fue un detalle inusual: había sentido frío extremo, se estaba "congelando", dijo, justo antes del primer episodio. Empecé a explorar esto con Jesse, y le pregunté si alguna persona de cualquier lado de la familia había sufrido un trauma que implicaba tener "frío" o estar "dormido" o tener "diecinueve [años]". 




Jesse reveló que su madre recientemente le había contado sobre la trágica muerte del hermano mayor de su padre, un tío que nunca supo que tenía. El tío Colin sólo tenía diecinueve años cuando se congeló y murió revisando las líneas eléctricas durante una tormenta justo al norte de Yellowknife, en los Territorios del Noroeste de Canadá. 

Las pistas en la nieve revelaron que había estado luchando para resistir. Con el tiempo, fue encontrado boca abajo en una tormenta de nieve, después de haber perdido la conciencia debido a la hipotermia. Su muerte fue una pérdida trágica; por lo que la familia nunca volvió a mencionar su nombre. 

Ahora, tres décadas después, Jesse estaba reviviendo inconscientemente los aspectos de la muerte de Colin - específicamente, el terror de dejarse ir a la inconsciencia. Para Colin, dejarse ir significaba la muerte. Para Jesse, conciliar el sueño probablemente se sentía de la misma manera. 

Hacer la conexión fue un punto de inflexión para Jesse. Una vez que él comprendió que su insomnio tuvo origen en un evento que sucedió treinta años antes, finalmente tuvo una explicación para su temor a quedarse dormido. El proceso de curación ahora podría comenzar. 

Con las herramientas que Jesse aprendió en nuestro trabajo conjunto, que se detallarán más adelante en este libro, él fue capaz de desenredarse a sí mismo del trauma sufrido por un tío al que nunca había conocido, pero cuyo terror había tomado inconscientemente como suyo. Jesse no sólo se sintió liberado de la pesada niebla del insomnio, él ganó un sentido más profundo de conexión con su familia, en el presente y en el pasado. 

En un intento de explicar historias como la de Jesse, los científicos ahora son capaces de identificar marcadores biológicos - evidencia de que los traumas pueden pasar (y de hecho lo hacen) de una generación a la siguiente. Rachel Yehuda, profesora de psiquiatría y neurología en Mount Sinai School of Medicine de Nueva York, es una de las principales expertas del mundo en el estrés postraumático, una verdadera pionera en este campo. 

En numerosos estudios, Yehuda ha examinado la neurobiología del trastorno del estrés postraumático en los sobrevivientes del Holocausto y sus hijos. Su investigación sobre el cortisol (la hormona del estrés que ayuda a nuestro cuerpo a volver a la normalidad después de que experimentamos un trauma), en particular, y sus efectos sobre la función cerebral, ha revolucionado la comprensión y el tratamiento del trastorno de estrés postraumático en todo el mundo.

 (Las personas con trastorno de estrés postraumático reviven sentimientos y sensaciones asociadas con un trauma a pesar del hecho de que el trauma ocurrió en el pasado. Los síntomas incluyen depresión, ansiedad, adormecimiento, insomnio, pesadillas, pensamientos aterradores, y ser fácilmente sorprendido o estar "al límite"). 

Yehuda y su equipo encontraron que los hijos de sobrevivientes del Holocausto que tenían TEPT nacieron con niveles bajos de cortisol similares a los de sus padres, lo que los predispuso a revivir los síntomas del TEPT de la generación anterior. 

Su descubrimiento de niveles bajos de cortisol en las personas que experimentan un evento traumático agudo ha sido motivo de controversia, yendo en contra de la vieja noción de que el estrés se asocia con niveles altos de cortisol. 

En concreto, en los casos de trastorno de estrés postraumático crónico, la producción de cortisol puede llegar a ser suprimida, lo que contribuye a los bajos niveles medidos en los sobrevivientes y sus hijos. 

Yehuda descubrió niveles bajos de cortisol similares en los veteranos de guerra, así como en las madres embarazadas que desarrollaron TEPT después de haber sido expuestas a los ataques al World Trade Center; así como en sus hijos. 

Ella no sólo encontró que las sobrevivientes en su estudio producían menos cortisol, una característica que ellas pueden transmitir a sus hijos, sino además observó que varios trastornos psiquiátricos relacionados con el estrés, incluyendo el trastorno de estrés postraumático, el síndrome de dolor crónico y el síndrome de fatiga crónica, están asociados con bajos niveles de cortisol. 

Curiosamente, entre el 50 al 70 por ciento de los pacientes con TEPT también cumplen con los criterios diagnósticos de depresión grave u otro trastorno del estado de ánimo o ansiedad. 

La investigación de Yehuda demuestra que usted y yo somos tres veces más propensos a experimentar síntomas de trastorno de estrés postraumático si uno de nuestros padres padecieron del trastorno de estrés postraumático; y como resultado, somos propensos a sufrir de depresión o ansiedad.

Ella cree que este tipo de trastorno de estrés postraumático generacional se hereda, en vez de aparecer por ser expuestos a historias de nuestros padres y sus experiencias penosas. Yehuda fue una de las primeras investigadoras en demostrar cómo los descendientes de los supervivientes de traumas cargan síntomas físicos y emocionales de traumas que no experimentaron directamente. 

Ese fue el caso de Gretchen. Después de años de tomar antidepresivos, asistir a sesiones de conversación y de terapia en grupo, y tratar diversos enfoques cognitivos para mitigar los efectos del estrés, sus síntomas de depresión y ansiedad se mantuvieron sin cambios. 

Gretchen me dijo que ya no quería vivir. Desde que tiene memoria, ella había tenido problemas con emociones tan intensas que apenas podía contener las sobretensiones repentinas en su cuerpo. Gretchen había ingresado varias veces a un hospital psiquiátrico, donde se le diagnosticó trastorno bipolar con ansiedad severa. 

La medicación le brindo cierto alivio, pero nunca resolvió los poderosos impulsos suicidas que residían en su interior. Como adolescente, ella se auto-lesionaba quemándose a sí misma con el extremo encendido de un cigarrillo. Ahora, a los treinta y nueve, Gretchen había tenido suficiente. Su depresión y su ansiedad, dijo, le habían impedido de casarse y tener hijos. En un tono de voz sorprendentemente directo, ella me dijo que tenía la intención de suicidarse antes de su próximo cumpleaños. 

Al escuchar a Gretchen, tuve la fuerte sensación de que debía haber un trauma importante en su historia familiar. En tales casos, me parece que es esencial prestar mucha atención a las palabras que se hablan para encontrar pistas sobre el evento traumático que subyace en los síntomas de un cliente. 

Cuando le pregunté cómo planeaba suicidarse, Gretchen dijo que iba a vaporizarse a sí misma. Por más incomprensible que pueda parecernos a la mayoría de nosotros, su plan era literalmente saltar a una tina de acero fundido en la fábrica donde su hermano trabajaba. "Mi cuerpo va a incinerarse en cuestión de segundos", dijo, mirándome directamente a los ojos, "incluso antes de que llegue al fondo". 

Me llamó la atención su falta de emoción mientras hablaba. Cualquiera que fuera la sensación que había por debajo, parecía haberse sepultado profundamente en su interior. Al mismo tiempo, las palabras "evaporar" e "incinerar" resonaron en mi interior. Después de haber trabajado con muchos hijos y nietos cuyas familias fueron afectadas por el Holocausto, he aprendido a dejar que sus palabras me guíen. Quería que Gretchen me contara más. 

Pregunté si alguien en su familia era judío o había vivido el Holocausto. Gretchen comenzó a decir que no, pero luego se detuvo a sí misma y recordó la historia de su abuela. [Su abuela] Había nacido en una familia judía en Polonia, pero se convirtió al catolicismo cuando llegó a los Estados Unidos en 1946 y se casó con el abuelo de Gretchen.

 Dos años antes, toda la familia de su abuela había muerto en los hornos de Auschwitz. Literalmente habían sido gaseados - envueltos en vapores venenosos - e incinerados. Nadie en la familia inmediata de Gretchen jamás habló con su abuela sobre la guerra, o acerca de la suerte de sus hermanos o sus padres. En lugar de ello, evitaron el tema por completo, como sucede a menudo el caso de traumas tan extremos. 

Gretchen conocía los hechos básicos de la historia de su familia, pero nunca los había conectado a su propia ansiedad y depresión. Estaba claro para mí que las palabras que usó y los sentimientos que describía no se originaron en ella, sino que, de hecho, se habían originado en su abuela y los miembros de la familia que perdieron sus vidas. 




Cuando le expliqué la conexión, Gretchen escuchó con atención. Sus ojos se abrieron y sus mejillas se sonrojaron. Me di cuenta de que lo que dije fue resonante. Por primera vez, Gretchen tenía una explicación para su sufrimiento que tenía sentido para ella. 

Para ayudarla a profundizar su nueva comprensión, la invité a imaginar que se colocaba en los zapatos de su abuela, representados por un par de huellas de goma espuma que coloqué en la alfombra en el centro de mi oficina. Le pedí que se imaginara sintiendo lo que su abuela podría haber sentido después de haber perdido a todos sus seres queridos. 

Llevándolo incluso un paso más allá, le pedí que se parara, literalmente, en las huellas, como si fuera su abuela, y que sintiera los sentimientos de su abuela en su propio cuerpo. Gretchen reportó sensaciones de abrumadora pérdida y dolor, soledad y aislamiento. Ella también experimentó el profundo sentimiento de culpa que sienten muchos sobrevivientes, el sentido de permanecer con vida mientras sus seres queridos han muerto. 

Para procesar el trauma, a menudo es útil que los clientes tengan una experiencia directa de los sentimientos y sensaciones que han sido sumergidos en el cuerpo. Cuando Gretchen fue capaz de acceder a estas sensaciones, se dio cuenta de que su deseo de aniquilarse a sí misma estaba profundamente entrelazado con los de sus familiares perdidos. También se dio cuenta de que había tomado algún elemento del deseo de su abuela de morir. A medida que Gretchen absorbía este entendimiento, viendo la historia de la familia con una nueva perspectiva, su cuerpo empezó a ablandarse, como si algo dentro de ella que siempre había estado enrollado ahora podía relajarse. 

Al igual que con Jesse, el reconocimiento de Gretchen de que su trauma estaba enterrado en la historia tácita de su familia no era más que el primer paso en su proceso de curación. Una comprensión intelectual por sí sola no suele ser suficiente para que se produzca un cambio duradero. 

A menudo, la consciencia tiene que ir acompañada de una experiencia visceral sentida profundamente. Vamos a explorar aún más las formas en que la curación se integra totalmente para que las heridas de las generaciones anteriores, finalmente, puedan ser liberadas. 

Una inesperada herencia familiar 

Un chico puede tener las piernas largas de su abuelo y una chica puede tener la nariz de su madre, pero Jesse había heredado de su tío el miedo de no volver a despertar, y Gretchen cargaba en su depresión la historia familiar del Holocausto. 

Dentro de cada uno de ellos, dormían fragmentos de traumas que eran demasiado grandes para resolverse en una sola generación. 

Cuando personas de nuestra familia han experimentado traumas insoportables o han sufrido debido a la inmensa culpa o el duelo, los sentimientos pueden ser abrumadores y pueden ir más allá de lo que se puede manejar o resolver. 

Es la naturaleza humana que cuando el dolor es demasiado grande, la gente tiende a evitarlo. Sin embargo, cuando bloqueamos los sentimientos, sin saberlo, impedimos el proceso de curación necesario que nos puede llevar a una liberación natural. 

A veces el dolor se sumerge hasta que pueda encontrar una vía para su expresión o resolución. Esa expresión se encuentra a menudo en las generaciones siguientes y puede reaparecer como síntomas que son difíciles de explicar. Para Jesse, el incesante frío y el temblor no aparecieron hasta que llegó a la edad que tenía su tío Colin cuando murió de frío. 



Para Gretchen, la desesperación ansiosa y los impulsos al suicidio de su abuela habían estado con ella desde que recuerda. Estos sentimientos se convirtieron en una parte tan importante de su vida que nadie pensó en considerar que los sentimientos no se originaron en ella. 

En la actualidad, nuestra sociedad no proporciona muchas opciones para ayudar a las personas como Jesse y Gretchen que cargan restos del trauma familiar heredado. Por lo general, pueden consultar a un médico, psicólogo o psiquiatra y recibir medicamentos, terapia, o alguna combinación de ambos. Pero a pesar de que estas vías pueden brindar algo de alivio, por lo general no ofrecen una solución completa. 

No todos tenemos traumas tan dramáticos como el de Gretchen o el de Jesse en nuestra historia familiar. Sin embargo, acontecimientos como la muerte de un bebé, un niño que fue regalado, la pérdida del hogar, o incluso la retirada de la atención de una madre, pueden tener el efecto de colapsar los muros de soporte y restringir el flujo de amor en nuestra familia. 

Al poner a la vista el origen de estos traumas, los patrones familiares de larga data, finalmente, pueden ser abandonados. Es importante tener en cuenta que no todos los efectos del trauma son negativos. En el siguiente capítulo vamos a aprender acerca de los cambios epigenéticos, es decir, las modificaciones químicas que se producen en nuestras células como resultado de un evento traumático. 

De acuerdo con Rachel Yehuda, el propósito de un cambio epigenético es ampliar la gama de las maneras que tenemos para responder ante situaciones de estrés, lo que según ella es una cosa positiva. "¿Con quién preferirías estar en una zona de guerra?" ella pregunta. "¿Alguien que ha vivido la adversidad anteriormente [y] sabe cómo defenderse? ¿O alguien que nunca ha tenido que luchar por algo?" 

Una vez que entendemos cuál es el propósito de los cambios biológicos del estrés y el trauma, ella dice, "Podemos desarrollar una mejor manera de explicarnos a nosotros mismos cuáles son nuestras capacidades y potenciales reales". 

Vistos de esta manera, los traumas que heredamos o experimentamos de primera mano no sólo pueden crear un legado de angustia, sino que también pueden forjar un legado de fuerza y resistencia que podrá sentirse en las generaciones venideras.


Traducido por el equipo de editores de sott.net en español 

Mark Wolynn
sab, 16 abr 2016 15:34 UTC
https://es.sott.net/article/47077-Trauma-perdido-y-encontrado-como-el-trauma-familiar-heredado-da-forma-a-quienes-somos


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