viernes, 9 de agosto de 2013

Olvida los sudokus y crucigramas: los orgasmos son mejores para el cerebro

La actividad en el cerebro durante el clímax sexual es más intensa y recibe más oxígeno y nutrientes que en momentos de concentración

ABC

Un estudio presentado por dos investigadores de Nueva Jersey revela que, aunque los ejercicios mentales aumentan la actividad cerebral, estos solo se dan en regiones relativamente localizadas. En cambio, elorgasmo activa el conjunto del cerebro. La causa es que durante el clímax sexual aumenta el flujo de sangre que riega el cerebro. Según el estudio, con este incremento del flujo, se acrecientan los nutrientes y la oxigenación en la zona cerebral.

Desde 1982, el profesor Barry Komisaruk ha sido pionero en los estudios de placer centrados en la mujer. A sus 72 años, aparenta menos edad de la que tiene. En declaraciones recogidas por «The Times», alega: «Supongo que son los orgasmos los que me mantienen joven». Ahora se encuentra investigando si el clímax sexual puede evitar la senilidad.

Uno de sus hallazgos es que la intensa sensación orgásmica bloquea el dolor y está estudiando cómo podría aplicarse en momentos como el parto. También ha trabajado con mujeres que tienen paralizadas las piernas y sobre ellas señala: «Sus médicos les dijeron que no podían tener ninguna sensación y que renunciaran a su vida sexual», pero el investigador descubrió un nervio, fuera de la médula espinal, que trasladaba el orgasmo a sus cerebros, y así las pacientes llegaron al clímax. «Fue muy emocionante», señala Komisaruk.
Primeros hallazgos

Sus primeras evidencias las encontró experimentando con ratas y sus órganos sexuales, con las que llegó a la conclusión de que el orgasmo puede bloquear el dolor. «La gente me decía que tenía unas manos mágicas porque podía inducir en ratas una respuesta sexual que otros colegas no pudieron». Pero según señala el profesor, «llegó un momento en que tenía que verbalizar mis investigaciones, compartirlas con mujeres que intercambiaran información de lo que sentían conmigo». Pronto le llovieron las quejas de sus compañeros investigadores en el instituto, que lo acusaban de dar un mal nombre a su institución y lo echaron.

Su investigación despegó cuando se puso en contacto con la sexóloga Beverly Whipple, y juntos trabajan ahora por el placer sexual. «No sabemos prácticamente nada sobre el placer», contesta cuando le preguntan por qué trabajan sobre los placeres carnales. Gracias a ellos sabemos ahora que es más sano mantener relaciones sexuales que hacer cálculos con papel y lápiz.

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