Ana es una gran profesional. Una mujer de 34 años con una sólida experiencia en la venta de servicios por internet. En el pasado reciente, llegó a ocupar las primeras posiciones del Google, y tuvo épocas gloriosas antes de que la crisis llegara y arrasara con su facturación, su clientela y por tanto su economía.
Llegó a tener su propio local y generó grandes ingresos con los que pagaba una pequeña estructura con algunos trabajadores en un local ubicado en un centro emblemático de la ciudad. De pronto, ante la ausencia de ingresos, se vio forzada a despedir a sus trabajadores, poco después tuvo problemas para atender las mensualidades del alquiler del local y finalmente decidió cerrar su negocio agobiada por las pérdidas y la incapacidad de pagar los créditos que pidió para ampliar su actividad en los años de bonanza.
Hasta aquí, es la historia de millón y medio de autónomos españoles, que han visto cómo pasaban del bienestar al agobio, la desesperanza y finalmente el fracaso. Al ser autónomos no pasaban a engrosar las filas del paro, con lo que ni siquiera tenían derecho a la percepción de prestaciones. Un horrible vacío legal, pero tan cierto como la vida misma. Por suerte Ana, tenía una familia que podía acogerla de vuelta, pero esta situación por desgracia no siempre es posible en todos los casos.
Una triste historia que lamentablemente se repite día a día en nuestro país sin distinción de género, edad, profesión,titulación o condición y que muchas veces va acompañada del reproche de familiares y amigos…¿Lo ves ya te lo dije…?…¿Pero cómo osaste emprender un negocio cuando podías haber sacado aquellas oposiciones que despreciaste?
Peor que la caída y el descalabro económico es el reproche constante de los familiares y amigos que ahora tratan a Ana como si fuera una fracasada, una parásita…Eres una fracasada, un cartel que por desgracia esgrimen aquellos que jamás emprendieron y que no se dan cuenta que gracias al esfuerzo que hizo Ana años atrás y millones de emprendedores como ella, esos que osan llamar fracasados o proyectar ese miedo a los que son como Ana, ellos gozan de esas pensiones y ese bienestar, y esos contratos fijos, por el momento.
Pero no vamos a centrarnos en los que llaman a Ana una fracasada. De hecho no lo es en absoluto. Ana ha aprendido una valiosa lección, ha descubierto su panel de control y en lugar de resignarse y dejarse llevar por el estado de pánico, ha renacido de sus propias cenizas porque ha descubierto sus verdaderas capacidades. El verdadero espíritu del emprendedor, que consiste en tomar consciencia de sí mismo, levantarse de sus cenizas una y otra vez y volver a emprender de nuevo, evitando caer en los mismos errores del pasado. Esa es la verdadera clave del éxito futuro de Ana.
Ana, aún no lo sabe, pero dentro de 20 años dirigirá una división de franquicias por toda Europa, y será una de las emprendedoras más admiradas de Europa gracias a una inteligente decisión que hoy tomará: Ana ha decidido parar hoy su tiempo, aparcar los miedos y sacar de dentro el capital más valioso que tiene el ser humano: su inteligencia y su creatividad. Así que lo primero que ha hecho es coger todas las cajas de facturas que tenía y ponerse a leerlas.
Con un folio en blanco, un bolígrafo y su música favorita, ha comenzado a apuntar en una columna de la izquierda del folio la palabra AYER y a la derecha la palabra MAÑANA, y ha descubierto algo importante:
AYER: Gastaba sin criterio en facturas de restaurantes y gastos que ni disfrutaba. Muchas veces estaba tan agobiada que ni me acordaba.
AYER: Pedí un crédito absurdo para ampliar un local que no me pertenecía y me empeñé en mantener a toda costa un servicio empresarial que no necesitaba, así como cinco seguros absurdos de empresas que quebraron.
AYER:Contraté con proveedores servicios sin saber lo que estaba contratando. Ni siquiera me leí los contratos de la mayoría de las cosas que contraté y la mayoría de los servicios no eran de las cosas que necesitaba sino que actué por recomendación de terceros.
AYER:Renuncié a contratar a un comercial por que pensaba que su coste laboral sería demasiado alto en relación con su capacidad de venta, sin reparar en que al no hacerlo, gasté tres veces más en proveedores y campañas absurdas de publicidad que únicamente me generaron costes y problemas.
AYER: No calculé el coste de los productos y no tenía forma de saber cómo actuar en caso de crecimiento o de caída de las ventas. El stress y el agobio de los momentos de crisis no me dejaron tomar decisiones en otra dirección que no fuera recortar gastos sin pensar qué gastos estaba cortando. Me quedé sola y seguí con el impulso de seguir gastando como en los mejores tiempos, sin reparar en que tenía que haber parado mi inercia.
En ese momento, Ana vio una luz, se dio cuenta que se había movido por inercia, por miedo a fracasar, y que ese mismo miedo a fracasar la había impulsado a tomar decisiones erróneas una y otra vez. De hecho, se enfadó con su antiguo novio porque le dijo exactamente eso, que parase el tiempo, que saliera de ese impulso inercial y que recompusiera la situación a tiempo, que mirara las nuevas necesidades y oportunidades que se abrían a su alrededor en el mercado y que simplemente diera un giro a la actividad, a las acciones comerciales y a la empresa sin miedo al cambio de estrategia y sin miedo al futuro. Pero Ana no le escuchó y su propio miedo al fracaso la hizo seguir en una ascendente espiral hacia el desastre.
HOY Ana ha parado el tiempo, se ha dado cuenta, y ha aprendido el principio más valioso que todo emprendedor puede aprender. El éxito del mañana depende del pensamiento de hoy, para cuando lleguen de nuevo los tiempos de bonanza, no se vuelvan a repetir los errores cometidos AYER. Es el principio de la gestión del éxito. Así que muy contenta, vuelve a tomar el bolígrafo y a escribir en la columna de la derecha MAÑANA.
MAÑANA: Seré prudente con los gastos de restaurantes, cocinaré y organizaré comidas coloquio con los clientes dentro de mi propia empresa o comeré de menú cuando tenga presupuesto para ello. Incluso organizaré mi casa como oficina para prestar los servicios y consolidaré costes incrementando la percepción de calidad en mis futuros clientes, que además estarán encantados conmigo. De vez en cuando me iré de vacaciones y desconectaré. Disfrutaré de mi vida y de mi trabajo, de mi proyecto y de mi empresa.
MAÑANA: Tendré preparado un pequeño excel donde calcularé los costes de todo lo que hago, organizaré mis horas de producción y conciliaré las tareas personales y profesionales de forma que no exista conflicto alguno entre mi misión empresarial y mi vida familiar. Evitaré prolongar de forma absurda mis reuniones improductivas, y me centraré en cumplir pequeños objetivos que a medida que vayan lográndose, se convertirán en hitos cada vez más grandes. Cuando tenga probado un pequeño grupo de clientes y una pequeña ganancia de esta forma, entrenaré a otros para que me ayuden y si generan beneficio, les incentivaré. De esa forma si mi proyecto crece, podré ir a una estructura de delegaciones comerciales. Dejaré que los comerciales hagan su trabajo, les enseñaré a hacerlo como si fuera yo, porque si ellos venden mejor, la empresa ganará más, si ellos están contentos, yo estaré contenta.
MAÑANA: Buscaré un sistema adecuado que me permita por muy poquito dinero, generar una estructura de gestión interna que me permita emitir facturas, tener acceso a mis clientes, sus necesidades y atender reclamaciones, y también poder trabajar “on line”, desde casa o desde dondequiera que esté, generar comunicaciones internas y así sacar el mejor partido y rendimiento de mi actividad y conciliarla con mi vida personal.
MAÑANA: Trataré de escuchar las noticias, el mercado, los clientes, las necesidades de mis vecinos y amigos, me reconciliaré con aquél novio al que aborrecí por decirme lo que ahora estoy escribiendo en este papel, y cuando me llegue el éxito, no me endiosaré en él, y seguiré con esta estrategia que me permita reinvertir las ganancias en un fondo de reserva para contingencias y en crecer y seguir generando negocio y mejorando los productos según me sugieran los clientes. Si detecto que bajan las ventas, me enfocaré al origen del problema e investigaré nuevas necesidades que me estén pidiendo mis clientes, nuevos retos y aprenderé inglés y me repasaré el alemán, para que cuando vaya a visitar a mi hermana, aprovecharé para visitar a la Cámara de Comercio de allí que igual resulta que encuentro alguien que está interesado en la distribución de mi producto.
MAÑANA: Registraré las marcas de los servicios que comience a hacer y también organizaré cenas periódicas con los clientes cocinadas por mi para dar a conocer mi portafolio de servicios que elaboraré con todo el amor del mundo, pensando en lo que me piden. Cuando las críticas sean constructivas proponiendo soluciones alternativas, prestaré muchísima atención y premiaré al crítico constructivo con un agradecimiento sincero, un café o una comida. Cuando las críticas sean destructivas, simplemente no prestaré atención. Escucharé a todos aquellos que vea que me guste cómo lo hacen, y si veo que lo hacen mejor que yo, aprenderé humildemente a mejorar mis capacidades en todo momento. Valoraré las pequeñas cosas, los pequeños momentos pues cada instante de tiempo es una oportunidad única para el aprendizaje continuo.
Y…curiosamente, Ana, comenzó a sentirse bien, a perder el miedo a fracasar, porque descubrió que no era una fracasada sino una emprendedora con un gran éxito potencial para el día de mañana. Aprendió a ser solidaria y a compartir su alegría y su conocimiento con otros como ella y se dio cuenta que cuanto más solidaria era, mejor avanzaba su negocio, porque aquellos a los que ayudaba luego se convertían en sus mejores clientes o proveedores, e incluso comenzó a descubrir que aquellos que la llamaban fracasada, y la criticaban ferozmente, finalmente terminaban imitándola o simplemente cambiaban de objetivo y comenzaban a criticar a otros.
Ana descubrió que el miedo al fracaso, es un indicador que sirve para evitar cometer los errores del pasado en el futuro. Para ello tuvo que parar el tiempo en el presente, mirar hacia adelante y ese día consiguió su éxito futuro sin apenas darse cuenta. Ana, se convirtió hoy en una emprendedora consciente porqueperdió el miedo a volver a emprender.
Emprender es una misión. Una vocación de vida. Un espíritu inherente de las personas. Un modo de vida. Cualquier ser humano tiene derecho a emprender y triunfar. Fracasar es duro, pero no es el fin sino una oportunidad para reconciliarse con el pasado en el presente y mirar de nuevo hacia el futuro con éxito en la misión.
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