La agresividad puede desencadenarse en el interior de una persona frente a determinadas situaciones, tan diferentes y numerosas como las formas en que puede manifestarse.
La ira asociada a este comportamiento es una emoción que se puede activar en una persona de forma espontánea en momentos específicos de su vida, pero que en otros casos puede llegar al extremo de convertirse en una respuesta habitual ante cualquier problema.
Las emociones forman parte de nuestra vida, hasta el punto de que en la mayoría de los casos tienden a regir buena parte de nuestro día a día, más allá de lo que nos dicta la razón, especialmente cuando se tratan cuestiones que afectan a nuestros seres más queridos o elementos y situaciones que nos afectan muy de cerca y, por lo tanto, decimos que no nos permiten ver ni analizar con objetividad.
Sin embargo, cuando ya es frecuente que una emoción como la ira nos lleve a adoptar un comportamiento agresivo de forma habitual ante cualquier mínima problemática o conflicto que se nos presente en nuestra vida, es necesario recurrir a la ciencia y la medicina para aprovechar los beneficios que un tratamiento específico pueda aportarnos en estos casos.
Los trastornos psicológicos pueden explicar la agresividad de una persona. El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), estrés post-traumático (TEPT), depresión o esquizofrenia son algunos de los muchos trastornos asociados a la agresividad.
Igualmente, a este tipo de pacientes, hemos de añadir aquellas personas que han sufrido accidentes cardiovasculares, epilepsia, diabetes, presentan antecedentes de migrañas frecuentes, trastornos del sueño porque también suelen manifestar comportamientos agresivos de estas características, por no hablar de los efectos secundarios asociados al consumo de ciertos fármacos o drogas de carácter más ilícito, cuyas consecuencias para nuestra salud pueden estar relacionadas con despertar nuestra propia agresividad como respuesta a muy diversas circunstancias de nuestra vida.
Uno de los tratamientos más empleados por los especialistas para controlar los estados de agresividad en las personas es el conocido como cognitivo conductual, uno de los más destacados. En estos casos, el tratamiento lo que persigue en primer lugar es analizar el tipo de ira que se ha despertado en el interior del paciente, esto es, si es justa o no, innecesaria o adaptativa, además de determinar las características que presenta esa emoción concreta en la persona, es decir, estudiar si el paciente ha adoptado ese comportamiento agresivo desde el aprecio, la simple broma y no desde un ataque despiadado y sin control.
Por otro lado, se va a aprovechar esa ira para conducirla exactamente a los objetivos que pretendemos conseguir, es decir, dirigirla hacia las acciones más productivas para nuestra vida. Finalmente, manejar los pensamientos que escapan a la razón, las emociones y aprender a alejarse de la situación que despierta nuestro comportamiento agresivo para relajarnos y regresar para afrontar el problema con más calma.
Hay ciertas señales que nos avisan de que la ira va a activarse de un momento a otro como son el sudor de manos, puños cerrados, tasa respiratoria, incomodidad o latidos del corazón y así poder reaccionar a tiempo. En el caso de que estés interesado en estos problemas de conducta y quieras saber qué tratamientos existen para los problemas de conducta consulta el enlace.
Diversos estudios consideran que de vez en cuando es saludable incluso despertar nuestra ira ante determinadas situaciones porque ello fortalecerá nuestra autoestima, aliviará nuestra ansiedad, al mismo tiempo que puede ayudarte en tu relación con los demás, siempre y cuando ese comportamiento no afecte físicamente a la persona en cuestión y respete unos límites que no se deben superar para herir a un tercero sin una causa justificada.
La ira, en este sentido, no ha de acumulase en nuestro interior, porque puede terminar por afectarnos, pero al mismo tiempo ha de ser controlado para no destruir a otros. Por ello, la relajación es altamente conveniente en estos casos y, como se indicaba en líneas anteriores, alejarse de las situaciones más problemáticas o que tiendan a despertarnos tales estados para calmarnos y posteriormente afrontar el problema con mayor lucidez.
La agresividad puede ser de muy diversos tipos, desde emocional como expresión de nuestro enojo donde no pensamos y solo actuamos, hasta instrumental para alcanzar un beneficio determinado (ya sea económico, poder, para humillar a otra persona), pasiva (más sutil en forma de bromas para humillar a los demás), o defensiva (para protegernos de un daño físico).
Muchas de las finalidades que se pretenden conseguir con el tratamiento de la ira pueden completarse con la capacidad para ponerse en el lugar del otro y así llegar a comprender su situación, habilidades de negociación, formas de afrontar el estrés o la mejora de la autoestima.
Estos problemas de conducta son cada vez más frecuentes en una sociedad acosada por el estrés, las preocupaciones y, en definitiva, el ritmo frenético con el que emprende cada una de sus actividades diarias, y que terminarán por alterar su sistema nervioso.
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