viernes, 5 de septiembre de 2014

La memoria del trauma

Recuerda, A. Hitchcock, 1945

Algunas personas, incluso las que realizan una terapia, no recuerdan ningún “trauma” significativo entre los 0 y 13 años de su vida. Esto puede significar varias cosas. Puede ser que, en efecto, no existan tales traumas. 

Puede suceder que sí existan pero estén profundamente escindidos y reprimidos, es decir, lejos del alcance de la conciencia (lo llamamos “olvido”). O puede que el sujeto tenga buena memoria pero no considere especialmente traumáticos muchos sucesos que, de hecho, sí lo fueron. En este último caso, lo “olvidado” no son los sucesos en sí, sino los afectos(desamparo, tristeza, ira, miedo, celos, envidia…) asociados a aquéllos; es decir, las emociones que sufrió y/o reprimió en su día, y que sigue bloqueando hoy, sin atreverse a vivirlas y eventualmente superarlas. Por eso padece síntomas. Éstos, obviamente, no se reducirán hasta que el pasado acontecido y los sentimientos implicados vuelvan a “reconectarse” en el alma de la persona.

El pánico biológico a sufrir nos hace olvidar incluso los traumas más atroces y reiterados. Nuestros mecanismos de defensa son eficientes. Por eso, igual que cuando sufrimos un accidente de tráfico nuestro siguiente recuerdo suele ser ya en el hospital, nuestras defensas psíquicas borran automáticamente de nuestra conciencia -pero sólo de la conciencia- todo lo insoportable. Y no sólo lo doloroso, sino también todo lo que es anodino, vacío, aburrido, insignificante… que, por cierto, también suele ser traumatógeno. Desgraciadamente, como estas defensas son eficaces pero no perfectas, no logran ahorrarnos de todos modos un efecto colateral, un precio a pagar -a veces muy alto- a cambio de nuestra anestesia: la neurosis.

Si nuestras defensas automáticas son capaces de suprimir la memoria de los sucesos y/o emociones asociadas más dolorosas, imaginemos con qué facilidad eliminarán también la miríada de pequeños traumas cotidianos que, a largo plazo, también producen efectos neuróticos. De ahí, p. ej., ese típico quitar importancia, callar o exculpar a los padres de toda clase de maltratos “menores” hacia los niños, desde los capones o los gritos hasta las más sutiles ansiedades o conflictos internos de los progenitores. En mi artículo ¿Qué son los traumas infantiles? (de mi recopilaciónInconsciente y Vida) enumeré hasta más de 40 de estos “micromaltratos” traumatizantes, según he ido descubriendo en mis terapias. ¡Y la mayoría de personas hemos sufrido unos u otros!

No siempre es necesario, ni tampoco posible, descubrir “todos” nuestros traumas. Bastará con intentar acceder sólo a los más importantes y sólo cuando es necesario, es decir, cuando el dolor de los síntomas es mayor que el temor de explorar nuestros sentimientos. Por eso, desgraciadamente, suelen ser las personas más atormentadas quienes menos desearán examinar, aunque superficialmente crean lo contrario, sus heridas. Y es perfectamente natural. Como el dolor de sus síntomas es menor que el de su terrible biografía, estas personas preferirán huir sin cesar de sí mismas refugiándose en toda clase de evitaciones, incluida la medicación psiquiátrica.

En suma, todo suceso traumático, grande o pequeño, esporádico o frecuente, olvidado o no, genera consecuencias. Todo el esfuerzo de la psicoterapia consiste, entonces, en ayudar al consultante no ya sólo a recordar -como en aquella famosa película de Hitchcock- sino, sobre todo, a recuperar sus sentimientos. Se trata, en definitiva, de descubrir la verdaderaimportancia -ni mayor, ni menor, ni distinta- de los problemas que le tocó sufrir en su infancia, su juventud, su pasado reciente, su vida actual… Sólo cuando logramos reconstruir con un mínimo de objetividad nuestra historia personal podemos liberarnos, aunque sea en parte, de la neurosis.

Autor: JOSÉ LUIS CANO GIL 
http://www.psicodinamicajlc.com/_blog/pivot/entry.php?id=341#.VAWj5fl_uHg

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