Vemos muy bien la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Reconocer los errores es fundamental a la hora de crecer y lograr avanzar como personas. No obstante, ¿qué sucede en el cerebro cuando reconoce un error?
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La historia de la humanidad está llena de equivocaciones afortunadas que nos han llevado más allá de nuestros límites. Desde el error de cálculo que condujo a Colón al continente americano, muchos aciertos humanos han salido de pequeñas y grandes catástrofes. El yogur, hoy presente en la mayoría de las neveras, lo descubrió, según marca la tradición, una caravana de comerciantes búlgaros que trasladaban leche de un poblado a otro y vieron cómo, por efecto del sol, ésta había fermentado. Uno de ellos la probó para ver hasta qué punto se había echado a perder. El sabor le gustó y, con el tiempo, se descubrió que tenía efectos beneficiosos para el organismo. Había nacido un producto que conquistaría el mundo.
También es un hecho conocido que no juzgamos del mismo modo los errores de los demás y los propios: vemos muy bien la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Sufrimos de una gran cantidad de sesgos cognitivos que distorsionan nuestra visión del mundo y de nosotros mismos.
Pero, realmente, ¿qué sucede en el cerebro cuando reconoce un error?
Después de una larga búsqueda, científicos del Centro de Circuitos Genéticos Neuronales RIKEN-MIT capturaron una señal cerebral escurridiza de la cual subyace la transferencia de memoria y, al hacerlo, identificaron el primer circuito neuronal para el momento preciso en que uno se vuelve consciente de que cometió un error y hace algo para corregirlo.
Los hallazgos, publicados en la revista Cell, verificaron una hipótesis que señala que las áreas del cerebro se comunican entre sí a través de ondas efímeras llamadas oscilaciones gamma, con una escala de milisegundos que sincronizan la actividad eléctrica a través del tejido cerebral y permiten la unión de las asociaciones de la memoria.
El autor principal del estudio, Jun Yamamoto, realizó una prueba con ratones. Observó que estos a veces cometían errores y giraban en la dirección opuesta a la deseada. Luego hacían una pausa y daban vuelta en la correcta, registrando la actividad neuronal en el circuito.Cuando ocurría esto se generaba un estallido de ondas gamma justo antes de cada error. También vio las ondas gamma cuando los roedores eligieron la dirección correcta, pero no si ellos se equivocaban o no podían corregir sus errores.
Los resultados proporcionan una fuerte evidencia del papel de las oscilaciones gamma en la cognición, y plantearon la posibilidad de su participación en otros comportamientos que requieren recuperación y evaluación de otros tipos de memoria.
Una investigación realizada por el Instituto de Neurociencias de la Universidad de Princeton utilizó un grupo de médicos para que tomaran decisiones sobre qué medicamento prescribir ante una patología dada.
Los médicos recibieron la información inmediata sobre si habían tomado la decisión acertada o no. Aquellos que habían fallado tuvieron una segunda oportunidad teniendo en cuenta la nueva información obtenida. Todo el procedimiento se realizó utilizando imágenes de resonancia magnética. Los investigadores encontraron que hay dos respuestas cerebrales típicas ante los errores.
La primera se parece a un "llamado de atención", adonde el cerebro pone el foco en el resultado negativo y lo trata como un problema que se debe resolver. El cerebro también aumenta su atención durante la próxima decisión para evitar que se repita el error. Cuando esto sucede las personas son mucho más propensas a mejorar su rendimiento.
La segunda respuesta es como si el cerebro se encerrase en sí mismo, y decidiera no pensar en el inconveniente. Esto seguramente se produce por dos razones: para no sentirse mal y para no dudar de su capacidad.
Lo interesante de esto es que los doctores que actuaron de esta manera aumentaron de forma considerable su atención si la información fue positiva, es decir, cuando se les informó que habían tomado la decisión correcta. Los investigadores creen que esta última postura evidencia un sesgo de confirmación, ya que solo con prestar atención a la información consistente con las propias creencias es posible evitar muchos de los errores que el cerebro comete cada día.
Repasar situaciones una y otra vez no siempre permite ver los errores cometidos, menos aún apaciguar el lamento del amor propio para reconocer un mal proceder, porque la lente usada para marcar las equivocaciones ajenas se vuelve muy borrosa cuando se trata de ver los errores propios, esos que generan malestar con resistencia a aceptar lo que no está bien con un honesto análisis.
Por un lado, no es fácil enfrentarse con el costado vulnerable y aceptar los errores, por el otro, hay una especie de lectura latente de que equivocarse nos vuelve débiles ante una sociedad que no lo perdona, por lo que es necesario taparlo y no corregir lo que está mal hecho. Sin embargo, es importante comprender que empezar a trabajar sobre los propios errores no solo tiene que ver con poder aceptarlos ante un otro, sino que el objetivo principal es poder reconocerlos ante nosotros mismos.
Ese "darse cuenta" ("insight") permite dos cosas: desarrollar la manera de llegar a percibir los errores cometidos y empezar a construir autocríticas. El miedo a equivocarse se traduce a menudo en miedo a decidir y si no se decide, seguramente, no habrá error. Sin fallas es imposible hacerse reproches o sentirse culpable y el resultado final es uno: quedarse estático, paralítico, porque al esquivar los errores, además, se renuncia a un magnífico maestro, pues como está demostrado, en las equivocaciones hay una fuente inagotable de sabiduría. Por eso la ciencia avanza gracias a la "prueba y error" y lo mismo sucede en cada vida humana.
Es fundamental en el proceso asumir que se cometen faltas a diario y que hay buenas y malas decisiones. Hasta es posible que uno mismo no esté de acuerdo con algunas elecciones que ha hecho a lo largo de la vida en muchos aspectos, ya sea por un mal enfoque, por falta de tiempo para la reflexión o por impulsos inadecuados. Somos humanos y, por tanto, "errar es humano" e inherente a nuestra condición y la única forma de tratar de no salirse de la senda es la experiencia, la prudencia, la lectura para conocer, estudiar o preguntar a las personas adecuadas. Repito, errar es humano y todos erramos alguna vez.
Las personas que piensan que pueden aprender de sus errores tienen una reacción cerebral diferente de las que consideran que la inteligencia es fija. Y la gran distinción reside en la manera de responder ante el yerro. Quienes resuelven que ya no pueden ser más inteligentes no aprovechan la posibilidad de aprender de ellos y es, quizás, hoy día, el gran problema en las aulas. Ya que si un estudiante cree que su inteligencia es fija no querrá tomarse la molestia de esforzarse más y superar la prueba equivocada. En cambio, si razona que es maleable, seguramente sentirá que puede ser más listo y aprovechará para aprender de sus errores. Estas personas son diferentes a un nivel fundamental.
Quienes piensan que pueden aprender de sus errores tienen un cerebro que presta más atención a los mismos, y pueden crear pensamientos para mayores esfuerzos, más aprendizaje y mostrar cómo reacciona el cerebro ante los traspiés.
Por eso, las diferencias importantes entre una computadora y un cerebro. La máquina tiene un disco duro que puede no funcionar, en cambio, el cerebro nunca deja de hacerlo; el contraste más importante es que, los discos duros se fabrican en serie, mientras que el cerebro es maravilloso, excepcionalmente único y da forma a quienes somos. Porque, sin duda, ser quienes somos es dejar una huella en el mundo y en las personas que nos rodean, ya que significa crear proyectos, atreverse a darles vida, o a fracasar, y, lo que es más importante aún: decidirse a volver a intentarlo.
Hoy en día es una tentación fusionar el cerebro con el disco duro, convertirlos en uno, y celebrar sus similitudes, o, desear que funcionen de la misma manera.
De esta forma se pierde conocer la misma naturaleza de la existencia, la capacidad de pensar creativamente, de repensar los errores, asumir riesgos, de conectar ideas, de percibir necesidades, de hacer preguntas y aprender. Asimismo, de sentir curiosidad, de ver la imagen completa, de caer en la cuenta y actuar; de dar un salto de fe desafiando a la razón, de empezar de nuevo, de cambiar de dirección; de lograr el éxito al trabajar por lo que se cree y sacar fuerzas, exclusivamente, de lo que uno valora.
Es lo que se necesita más que nunca para ser lo que uno es decida ser; para hacer con aciertos y desaciertos. Es la maravillosa capacidad de comunicarlo con libertad y responsabilidad para que todos lo sepan y nos elijan por lo que somos. Es la manera de demostrar que un ordenador y su disco duro no pueden hacerlo. En cambio, mi cerebro y yo sí estamos capacitados para eso y mucho más, siempre y cuando, así lo decidamos.
Dr. Nse. Luis María Labath
lun, 22 jun 2015 00:00 UTC
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