Retrovirales, anticuerpos monoclonales e inhibidores del sistema inmunitario forman las tres grandes familias de medicamentos con los que se intenta combatir el nuevo coronavirus.
En ausencia de una vacuna, la única alternativa disponible para combatir el patógeno es el uso de fármacos en fase de estudio, algunos de ellos aprobados anteriormente para el tratamiento de otras enfermedades, como la malaria o la artritis.
Miles de investigadores se afanan en conseguir frenar la COVID-19.Foto: iStock
Sergi Alcalde
18 de mayo de 2020, 15:55
Actualizado a 18 de mayo de 2020, 18:28
La OMS ya ha avisado de que el nuevo coronavirus podría convertirse en un patógeno endémico, y sabemos que la vacuna puede tardar muchos meses todavía en llegar, lo que deja a los tratamientos médicos como la única arma disponible para combatir el patógeno, máxime ahora que sabemos que la seroprevalencia (el número de personas que ha superado la enfermedad) es relativamente baja.
En los últimos meses se han multiplicado los estudios sobre tratamientos posibles, aunque también las alertas sobre posibles efectos adversos. En el portal clinicaltrials.gov se lleva la cuenta de los ensayos clínicos. En el momento de redactar este artículo había más de 1.500. Algunos medicamentos son prometedores. La eficacia de otros todavía está por probar.
Algunos medicamentos son prometedores y la eficacia de otros todavía está por probar. en total hay más de 1.500 ensayos clínicos de cara a conseguir un tratamiento.
Se calcula que en todo el mundo hay unos 200 fármacos en vías de investigación para combatir el SARS-CoV-2, la mayoría de los cuales consistentes en antivirales, aunque también existen numerosos ejemplos de tratamientos que combaten los estragos provocados por la actuación de nuestro sistema inmunitario, o bien tratamientos de anticuerpos monoclonales.
En la actualidad existe un gran número de estudios en marcha, la mayoría de ellos auspiciados por el proyecto Solidaridad de la Organización Mundial de la Salud, en el que colaboran más de 90 países de todo el planeta. Otra de las iniciativas destacadas es Recovery Trial, organizado por la Universidad de Oxford, en la que se analizan casos de más de 5.000 pacientes.
En España, el Instituto de Salud Carlos III lleva la cuenta de más de un centenar de proyectos de investigación destinados a frenar la Covid-19, y la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) recoge en su página web las recomendaciones médicas sobre los distintos fármacos disponibles, así como las últimas noticias relacionadas con su posología o posibles efectos adversos.
Todos los esfuerzos son pocos para encontrar nuevos tratamientos eficaces para combatir esta nueva enfermedad, pero no todos los medicamentos son seguros, ni todos se usan en las mismas condiciones. He aquí una lista de los más utilizados.
ANTIVIRALES
Son medicamentos que atacan directamente al virus. Según un estudio publicado por la revista especializada The Lancet, la combinación de los fármacos denominados lopinavir y ritonavir e interferón beta 1-b podrían acortar el período de supervivencia del virus en el organismo de pacientes hospitalarios con síntomas moderados.
Esta combinación de fármacos se utiliza para otros virus, como el VIH, y, según los autores del estudio, es eficaz debido a su potencial para inhibir la proteasa, una enzima que tanto el VIH como el nuevo coronavirus emplean para multiplicarse.
También pertenece a este grupo el remdesivir, uno de los fármacos más populares contra el SARS-CoV-2, perteneciente al grupo de los medicamentos análogos de nucleótidos, los cuales actúan contra las polimerasas del ARN del virus.
La farmacéutica Gilead lo diseñó como tratamiento efectivo contra el virus del Ébola, aunque posteriormente se demostró su eficacia para tratar otros virus, entre ellos otro coronavirus, el causantes del MERS.
Este medicamento fue catalogado como el "fármaco estrella" contra el SARS-Cov debido a los primeros estudios preliminares que se hicieron públicos.
Sin embargo, su eficacia probada ha sido objeto de polémica, especialmente después de que la OMS filtrara los resultados del primer gran ensayo clínico que se hacía hasta la fecha en el que se concluía que el fármaco tiene efectos más que discretos.
Gilead se escudó alegando que aquellos resultados no eran concluyentes, y que la tendencia de informes posteriores probarían los beneficios potenciales del fármaco, especialmente en aquellos pacientes tratados en fases tempranas.
De momento sabemos que la Administración de Medicamentos y Fármacos de Estados Unidos aprobó el día 1 de mayo su uso para pacientes en estado avanzado de la enfermedad.
A pesar de ese visto bueno, en España, la AEMPS alega que “es un fármaco no bien caracterizado”, y advierte de que su principal reacción adversa es la hipotensión infusional y no permite su uso compasivo, esto es, fuera de los ensayos clínicos.
REGULADORES DEL SISTEMA INMUNITARIO
Cuando el coronavirus entra en nuestro organismo desata una respuesta coordinada del sistema inmunitario en distintas fases. Entre la compleja batería defensiva de este se encuentran los fagocitos, encargados de aniquilar las células infectadas.
Además de abalanzarse sobre sus potenciales víctimas, estas células inmunitarias producen un arma secundaria llamada ‘citoquina’, una proteína que se encarga de hacer un ‘efecto llamada’ a todo el organismo para que se ponga en estado de alerta. Sin embargo, su exceso puede llegar a ser contraproducente.
La llamada ‘tormenta de citoquinas’ puede desatar inflamaciones con fatal desenlace, especialmente en pacientes graves o en estadios avanzados de la enfermedad. Una de estas citoquinas son los interferones, una molécula involucrada en el proceso de inflamación destinado a combatir el virus. El interferón beta 1-b administrado junto con otros dos antivirales es, como se ha mencionado en el primer punto, uno de los medicamentos evaluados contra la Covid-19.
Pero, paradójicamente, existen estudios clínicos que indican que podría ser más perjudicial que efectivo, pues aumenta la cantidad de receptores ACE2: las células ofrecen más puertas de entrada al virus.
Por este motivo, por el momento, la AEMPS no los incluye entre los posibles tratamientos eficaces. “No existe por el momento evidencia procedente de ensayos clínicos controlados. Es más, hay evidencias recientes del grupo de Ordovas-Cordobés in vitro muestran como el interferón es capaz de aumentar la expresión de ACE2 en células epiteliales humanas, lo cual puede favorecer la infección” reza un comunicado.
He aquí otra paradoja, ante una ‘tormenta de citoquinas’ provocada por el sistema inmunitario, uno podría pensar que la mejor solución sería ‘frenar’ o ‘apagar’ esa ‘sobreactuación defensiva’. A tal efecto existe en el vademécum numerosos medicamentos inmunosupresores.
El problema es que, precisamente, el sistema inmunitario es nuestra principal arma defensiva contra el virus. La clave está aquí en encontrar alguna molécula capaz de apagar esa excesiva inflamación provocada por las citoquinas sin mutilar nuestras defensas.
En esta idea existen numerosos estudios clínicos en los que se investigan distintos medicamentos. Uno de ellos es la anakinra, una molécula que neutraliza la actividad biológica de la interleucina-1 (IL1), la citoquina responsable de las inflamaciones locales.
La AEMPS afirma que es un medicamento utilizado para el tratamiento crónico de una serie de enfermedades inflamatorias, por lo que se autoriza su uso fuera de ensayos clínicos- uno de ellos llevado a cabo en España-, aunque precisa que su eficacia no está demostrada.
Otro de los potenciales medicamentos con capacidad para ‘apaciguar’ el sistema inmunitario sin perjudicarlo son la cloroquina y la hidroxicloroquina. Se trata de dos medicamentos usados inicialmente para tratar la malaria, que posteriormente han sido empleados para el tratamiento de enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide.
La AEM advierte de que “hasta el momento, la información disponible sobre su acción antiviral procede de estudios in vitro y series de pacientes con limitaciones de tamaño y metodología” y que “se están llevando a cabo diferentes estudios para evaluar su eficacia y seguridad”. Eso sí, admite que aunque en la actualidad los datos sobre su eficacia son limitados, es uno de los medicamentos de uso común en el tratamiento del a Covid-19.
No obstante, advierte la organización, estos dos medicamentos constituyen un potencial tratamiento para la Covid-19 y se están utilizando en la práctica clínica de forma extensa en pacientes de Covid-19, a dosis superiores a las recomendadas en sus indicaciones autorizadas y frecuentemente en asociación con el antibiótico azitromicina.
Igual que el remdesivir, la cloroquina ha sido uno de los medicamentos estrella de la pandemia, impulsado sobre todo por declaraciones públicas de altos mandatarios políticos, como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o el de Francia, Emmanuel Macron.
Sin embargo, sucesivos ensayos clínicos han demostrado que en determinados casos puede hacar más mal que bien. El Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos ya manifestó en su día el riesgo de que los enfermos tratados con este fármaco pudieran sufrir una parada cardíaca.
Además de este efecto adverso, las autoridades sanitarias, entre ellas el Ministerio de Sanidad de España, ha advertido a los profesionales médicos que estos medicamentos también podrían producir trastornos psiquiátricos, entre ellos cuadros agudos de psicosis, algo que advierte detalladamente la AEMPT en su página web.
Otro de los medicamentos en fase de ensayo clínico es el tocilizumab (TCZ), un inhibidor de la IL-6.
Un fármaco también usado para el tratamiento de la artritis reumatoide y el síndrome de liberación de citoquinas asociado al tratamiento con inmunoterapia.
La AEMP informa de que en marzo este medicamento “se incluyó en el séptimo plan actualizado de diagnóstico y tratamiento para SARS-CoV-2 emitido por la Comisión Nacional de Salud de China”, aunque “ no ha recibido la aprobación de la autoridad sanitaria para esta indicación en ningún país y en la actualidad no existe evidencia clínica sólida con respecto a la seguridad y la eficacia”.
Este medicamento es uno de los primeros en incorporarse a los tratamientos contra la Covid-19, por lo que, según apuntan las autoridades sanitarias españolas, es uno de los fármacos sobre los que se tiene más experiencia clínica. Se emplea fundamentalmente para reducir la necesidad de los pacientes a recibir ventilación mecánica, y existen estudios en China que han probado su eficacia, aunque con un número limitado de pacientes.
ANTICUERPOS MONOCLONALES
Cuando el SARS-COV2 infecta nuestro organismo, este actúa produciendo unas proteínas llamadas anticuerpos, destinadas a combatir el antígeno. Una de las posibilidades médicas que ofrece esta respuesta inmune es utilizar parte de estas proteínas, presentes en el plasma de los pacientes infectados, para fabricar medicamentos que actúen directamente contra el patógeno.
Otra opción es clonar estos anticuerpos naturales en un laboratorio. Es lo que se conoce con el nombre de ‘anticuerpos monoclonales’. Estos tratamientos, probados con éxito en otras enfermedades, como el cáncer o el ébola, es quizá uno de los más prometedores, aunque su desarrollo no es fácil, ni barato.
Es por ello que numerosas organizaciones internacionales, entre ellas la Comisión Europea, están aunando esfuerzos para financiar proyectos de investigación en esta materia.
Uno de ellos es el proyecto MANCO (Monoclonal Antibodies against 2019-New Coronavirus), en colaboración con grupos de investigación, empresas biotecnológicas y organizaciones médicas de distintos países, entre los que figura el Centro Nacional de Biotecnología (CNB).
Entre las conclusiones más interesantes figura la de un equipo de investigadores de la Universidad de Utrecht, en los Países Bajos: en un experimento probado con ratones humanizados (modificados genéticamente con células humanas) para producir anticuerpos que ataquen al proteína S, la espícula que el virus utiliza para introducirse en las células humanas. Descubrieron que uno de los anticuerpos utilizados podría neutralizar al nuevo coronavirus.
Uno de los principales beneficios del estudio de anticuerpos para el tratamiento de la Covid-19 es su transversalidad, pues permite incorporar a la lucha contra el nuevo patógeno algunos de los avances probados en ámbitos como la investigación oncológica.
Es el caso del trastuzumab, un medicamento de eficacia probada contra el cáncer de mama que utiliza un anticuerpo monoclonal que imita el sistema inmune.
En Barcelona, un grupo de expertos liderado por Joan Seoane, director de Investigación Traslacional del Instituto de Oncología de la Vall d’Hebron, ha desarrollado un anticuerpo monoclonal que frena una proteína involucrada en la progresión de los tumores que podría servir también para desarrollar un fármaco contra el coronavirus. E
l resultado de investigaciones como esta podría dar un paso definitivo que nos ayude a combatir definitivamente el virus hasta que el mundo disponga de una vacuna eficaz.
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