Se supone que la mayor pesadilla del verano consiste en ver el extracto de la tarjeta de crédito cuando volvemos a casa.
Sin embargo, hay quien se preocupa más por ganar unos kilos con los alegres excesos típicos de estos meses (sobre todo, los futbolistas de élite).
Para los simples mortales que se preocupen por estas cuestiones, los expertos están sobrados de consejos.
Aquí te resumimos unos cuantos. Cómo verás, no se trata sólo de dietas, sino de pautas para no caer en el sobrepeso.
Todos sabemos que comer (y beber) lo justo ayuda a que te sientas ligero y disfrutes más de las actividades de verano. En todo caso, tampoco hay que hacer dramas si se gana un poco de peso. La clásica dieta de las 1.500 calorías siempre está a mano cuando hace falta.
Tan regular como sea posible: uno de los riesgos cuando estás fuera de casa es cambiar el horario de tus comidas, con lo que los picos de hambre son mayores y menos previsibles. Eso hace que compres cualquier cosa en cualquier sitio, normalmente alimentos basura, menos sanos y en más grasos de lo que el cuerpo necesita.
Pregunta al camarero: imagina que pides un sanísimo plato de pez emperador con tu menú del día. Cuando llega a la mesa ves que viene acompañado por una generosa ración de patatas fritas. Si hubieras preguntado qué guarnición lleva podrías haber evitado la tentación cambiándola por una ensalada. No hay que fiarse de los restaurantes: una ración de verduras no siempre tiene pocas calorías, ya que muchas veces están cocinadas con exceso de mantequilla o aceites muy grasos, según los expertos.
Escoge tus hidratos los nutricionistas recomiendan los de absorción lenta, con mayor contenido en fibra y que favorecen la saciedad. Aquí entran los cereales, legumbres y frutos rojos. Los de absorción rápida, menos saciantes y más calóricos, son los azúcares, miel, mermeladas, dulces, bebidas gaseosas, golosinas y chocolates. De sentido común.
Empieza siempre con agua: verano es sinónimo de sed. Cuando te acerques a un chiringuito, ayuda que lo primero que pidas sea siempre agua. Luego ya decides si además quieres una cerveza o un tinto de verano. Además de contener más calorías, las bebidas alcohólicas estimulan el hambre. Mejor aplaca la sed con agua y luego –si aún te apetece- disfruta de un trago moderadamente.
Si hay que pasarse, que sea en el segundo plato: ese día en que tomas una comida rica en grasas puede suavizarse si pides un entrante ligero. Recuerda que el cuerpo absorbe primero lo primero que entra. Además con un primer plato sano reduces el hambre. Si pones antes la ensalada, tu cuerpo se queda con menos porción decochinillo o de la pizza cuatro quesos.
Llévate tu propia comida: cuando salimos de viaje estamos tan estresados con la maleta, los billetes y los mapas que raramente pensamos en qué comeremos durante la ruta. Tanto si viajas en coche, avión o tren, suele ser buena idea preparar en casa algo sano y que te guste para comer durante el viaje. Así te ahorras las caras y poco saludables opciones alimenticias de aeropuertos, restaurantes-vagones y áreas de servicio. Haz también tu propio picnic los días que tengas excursiones o visitas turísticas (alrededor de los monumentos suele abundar la comida mala y con sobreprecio para esquilmar al turista incauto).
Camina todo lo que puedas: al principio los paseos pueden resultar agotadores, sobre todo si no tienes costumbre de hacer ejercicio regularmente. Poco a poco, verás que las caminatas son más agradables y que notas una reducción del nivel de estrés. Andar todo lo posible mejora el humor y ayuda a quemar las calorías de esos pequeños homenajes que todos nos damos en vacaciones.
Aprende a decir no a tu familia: las madres, tías y abuelas pueden ser un serio enemigo del mantenimiento de las calorías en un nivel razonable. Deseosas de cuidarte, preparan comidas pantagruélicas que son un auténtico desafío para el estómago. Comerte la mitad de lo que te sirven puede dar lugar a tensiones las primeras veces, pero luego seguro que ajustan la cantidad de platos a lo que puedes ingerir sin estallar.
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