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Añadir sal a los alimentos ha sido una de
las formas tradicionales de alargar su conservación.
La sal está
formada por cloro y sodio -este último, es un elemento tan fundamental que el
organismo tiene diseñados sistemas específicos para controlar sus niveles
corporales-.
En nuestro país,
se estima que una persona consume entre 10 y 15 g de sal diarios;
aproximadamente la mitad de esta cantidad proviene de los alimentos elaborados
industrialmente y el otro 50% lo añade el consumidor en la cocina o en la mesa.
Dado que el sodio representa el 40% del peso de la sal; estos valores equivalen
a 4 - 6 g de sodio.
Si tenemos en
cuenta que las pérdidas diarias de sodio por orina, heces, piel y transpiración
suman un total de 1 a 1,5 g, se considera que la cantidad ingerida es bastante
elevada. Los expertos recomiendan no sobrepasar los 5 gramos de sal diarios, lo
que se traduce en 2 g de sodio al día.
La consecuencia
más importante del exceso de sal en la dieta es la hipertensión. Pero la
relación entre ingesta de sal e hipertensión se ha magnificado, al menos en
algunos casos. Hoy día, se sabe que un porcentaje importante de personas
hipertensas no son sensibles a la sal (ni la sobrecarga ni la restricción de sal
altera sus cifras de presión arterial), y hay quienes con un consumo excesivo de
sal no desarrollan hipertensión.
Pero aún
considerando estas situaciones, la recomendación de reducir el consumo actual de
sal está justificada, sobre todo si consideramos su pobre participación en la
consecución del equilibrio nutricional.
La fuente principal de sodio
en la alimentación es la sal, por lo que será necesario reducir paulatinamente
la sal que se utiliza en las cocciones y en la mesa.
También se ha de moderar el
consumo de alimentos ricos en sodio (aceitunas, quesos curados...) y de aquellos
a los que se ha añadido mucha sal durante su elaboración (embutidos, conservas,
cubitos para caldo, frutos secos salados, purés instantaneos, patatas
fritas...).
Además, una correcta
educación del paladar desde la infancia, potenciando el gusto propio de los
alimentos, evitaría los dificultosos cambios de hábitos a los que se ven
obligados quienes precisan reducir la cantidad de sal en su dieta diaria.
- Embutidos (salchichón, chorizo, salami, choped, queso de cerdo, salchichas, etc.)
- Carnes ahumadas, jamón york, jamón serrano, lomo enbuchado.
- Patés, Foie grass.
- Salazones ( bacalao salado, mojama, etc.)
- Pescados salados en conserva, ahumados, mariscos, etc.
- Encurtidos (pepinillos en vinagre, aceitunas, cebollitas, alcaparras, banderillas, etc.)
- Quesos curados y semicurados.
- Platos preparados (lasañas, canelones, empanadas, sopas, guisos, etc.).
- Precocinados (empanadillas, croquetas, carnes y pescados empanados, etc.).
- Concentrados de caldo, cubitos de caldo, sopas de sobre.
- Salsas comerciales (mayonesas, salsas rosas, mostaza, ketchup, etc.).
- Snacks (patatas fritas, ganchitos, gusanitos, etc.).
- Frutos secos salados.
- Panes, colines o roaquillas salados.
- Aguas gasificadas
- Refrescos carbónatados.
El sentido del gusto con el
tiempo se va adaptando a las comidas sin sal. Al pricipio puede resultar difícil
acostumbrarse y algunas personas se resisten a dejar de añadir sal a sus comidas
porque las encuentran insípidas.
Si este es su caso, puede
condimentar sus platos de forma sencilla, sana y sabrosa usando otros muchos
ingredientes que no son la sal.
Especias
Alternativas a la Sal
- Especias: pimienta, pimentón, curry, clavo, canela, vainilla, azafrán, nuez moscada, comino, guindilla.
- Hierbas aromáticas: romero, tomillo, estragón, perejil, laurel, albahaca, hinojo, salvia, menta , cilantro, orégano, hierba buena.
- Ajo, cebolla, ajetes, cebolleta, puerro.
- Limón y naranja.
- Aceite de oliva, natural o aromatizado con ajo, romero, tomillo, pimienta.
- Vinos y licores en pequeña cantidad.
- Yogurt.
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