Ha salido el iPhone 6 y, como siempre, la brillante maquinaria de marketing de Apple funciona de forma triunfante. Una vez más. Un negocio es un negocio, y a pesar de las cuestionables estrategias de la archiconocida empresa, lo preocupante es la fanática respuesta de una amplia porción de los consumidores. Y no hablamos de adolescentes granudos, precisamente.
Con todo, la respuesta mediática a nivel mundial no hace sino crecer con cada lanzamiento de un nuevo producto por parte de Apple, mostrando que, en numerosas ocasiones, damos demasiada importancia a todo lo que atrae enormes cantidades de capital. Si atrae capital, debe de ser bueno, ¿no? Bueno, no necesariamente, y no estrictamente a todos los niveles.
Esta crítica, sin embargo, no pretende focalizar su atención en esta u otra compañía o marca, sino que hace uso del ejemplo presente para que veamos, desde una perspectiva más amplia y generalizada, cuán absurdo y ridículo es el hecho de idolatrar, como lo hacemos, objetos que a fin de cuentas valen más bien poco. Que el consumismo ciego, insaciable y carente de contenido “verdadero” en el que nos vemos envueltos es, cuando menos, preocupante.
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