Pero hay una dimensión más subjetiva: su influencia en los vínculos afectivos, la empatía o la capacidad de diálogo de las personas.
El "efecto aturdimiento", un factor disruptivo que desorganiza la sociedad.
“La era tecnotrónica implica el surgimiento gradual de una sociedad más controlada.
Una sociedad semejante quedará dominada por una élite sin ataduras con los valores tradicionales.
La tendencia pareciera ser hacia lograr el apoyo agregado de millones de ciudadanos descoordinados entre sí y fácilmente controlables”.
Zbigniew Brzezinski - “Entre dos edades: el rol de los Estados Unidos en la era tecnotrónica”. 1970
Hay un núcleo duro de decisiones de la élite gobernante que determina el diseño de la sociedad mundial.
La expansión de las tecnologías inalámbricas es una de sus matrices fundantes. La red mundial de antenas de telefonía móvil se expande sin freno, con la solidez de un plan militar, y lo mismo sucede con otras tecnologías de comunicación sin cables.
En EE.UU. ya existe Wi-Fi hasta en los aviones, ciertos departamentos técnicos recomiendan marchar hacia la abolición de la telefonía por cables,[1] y todo se acepta inopinadamente como un progreso. Estas tecnologías utilizan como soporte las microondas pulsantes, que - como vimos en los capítulos precedentes - pasaron primero por décadas de desarrollo experimental en laboratorios militares.
Hay pocas voces discordantes sobre los beneficios de las telecomunicaciones inalámbricas. Yo sostengo que, tal cual están diseñadas,[2] son un potente factor disruptivo, que crea más problemas de los que resuelve.
Una exposición masiva a ondas electromagnéticas de alta frecuencia genera todo tipo de trastornos y cambios conductuales en la sociedad.
La sociedad medicada
Cuando se lanzó la telefonía móvil, la exposición de las personas a campos electromagnéticos artificiales ya había sido lo suficientemente intensa como para permitir detectar tendencias negativas.
Las primeras evidencias de enfermedades originadas en exposición a ondas datan de 1932.
Los estudios de los suecos Hallberg y Johansson establecieron que las tasas de mortalidad por melanoma de piel y cáncer de vejiga, próstata, colon, mama y pulmones siguen estrechamente al nivel de exposición pública a ondas de radio durante los últimos 100 años.
Sin embargo, se impulsó desde en la década de los 80 un crecimiento formidable de las comunicaciones vía celulares, Wi-Fi y otros dispositivos. Las nuevas emisiones se basaron en microondas pulsantes, la tecnología más dañina, y se agregaron al entramado de radiaciones del tendido eléctrico y los aparatos electrónicos.
Hoy estamos expuestos a una mezcla compleja de campos magnéticos de diferentes frecuencias tanto en el hogar como en el trabajo, y los resultados están a la vista: no sólo hay un incremento exponencial del cáncer, la depresión y otras dolencias, sino que existe una misteriosa explosión de “enfermedades raras” cuyo origen nadie explica.
La salud pública es cada vez más frágil, y era previsible que sucediera.
El barrido permanente de las microondas sobre nuestros sistemas biológicos, equivalente a millones de veces la radiación del entorno natural, provoca un estrés metabólico que nos vuelve enfermizos, con bajas defensas y vitalidad disminuida.
La decisión de expandir sin control las tecnologías inalámbricas es funcional al diseño de una sociedad medicada, de ciudadanos crónicamente enfermos y cansados, tributarios permanentes de la industria farmacéutica.
¿Hay pruebas científicas de este fenómeno?
La evidencia es abrumadora, y para todos los gustos:
- Para un vistazo rápido, Paul Raymond Doyon, de Kyushu University, ha resumido decenas de indicadores objetivos (alteración del sistema Redox, descenso en la producción de melatonina, etc.), comprobables en laboratorio, que vinculan el Síndrome de Fatiga Crónica y otros trastornos, con la exposición a microondas.
Para un estudio más exhaustivo, Bioniciative Report (2007), a lo largo de 600 páginas, repasa pruebas de laboratorio de distinto origen que vinculan los CEM con daños en el ADN, estrés, tumores y leucemia, trastornos en el sueño, enfermedades autoinmunes y degenerativas.
El informe también asocia la exposición a los CEM con una disminución de las facultades cognitivas, problemas de aprendizaje y concentración, y expresa preocupación por la influencia que tendrá en las futuras generaciones el uso masivo de teléfonos móviles. [3]
Los médicos de la Declaración de Friburgo (2002), los trabajos de Robert Becker, Ulrich Warnke y decenas de investigadores, multitud de experimentos in vivo e in vitro, todos son coincidentes: la influencia negativa de los CEM sobre la salud es “innegable”.[4]
No podemos registrar efectos lineales, inmediatos e idénticos en todas las personas, de estos daños.
Cada uno tiene su propia biología y predisposición genética, y al mismo tiempo vive una exposición diferente a distintos campos, que depende de múltiples factores: fuentes internas y externas en cada hogar, concentración de campos en su dormitorio, conductas individuales (tiempo de uso de celulares o cantidad de horas frente a una computadora), etc.
Por eso, no es posible esperar “pruebas” o “demostraciones” de una secuencia lineal de causa-efecto en cada individuo y a corto plazo.[5]
Sin embargo, las cosas aparecen más claras cuando se analiza el impacto de estas tecnologías en forma global y a largo plazo.
En miles de estudios en todas partes del mundo se documenta la epidemia de fatiga crónica, cáncer y leucemia, enfermedades autoinmunes y degenerativas, insomnio y una larguísima lista de trastornos entre los quienes viven en las cercanías de un mástil de telefonía móvil. El índice de enfermedades desciende a medida que la población vive más lejos.
Pero el índice global en la localidad aumenta a medida que se incrementan las emisiones, con “picos” de trastornos en la salud pública cada vez que un nuevo mástil de telefonía móvil se instala.[6]
Otros indicadores globales: los brotes de “sindrome de fatiga crónica” se hicieron masivos en los 80 en aquellos países que comenzaron a desplegar su red de telefonía celular.
Al mismo tiempo, hoy en día éstas y otras enfermedades se muestran prácticamente ausentes en países que casi no la desplegaron, como Myanmar, Nepal, Bhutan y Laos.
El ciudadano disfuncional
El impacto sobre la salud tiene variables mensurables. Podemos contabilizar casos médicos, tratar con diagnósticos y síntomas “objetivos".
Sin embargo, hay una dimensión más subjetiva, mucho más difícil de abordar pero no menos importante:
¿Cómo medir la influencia del bombardero inalámbrico en variables como los vínculos afectivos, la agresividad, o la capacidad de diálogo de las personas?
La exposición a campos afectar severamente los neurotransmisores, y con ello, los sentimientos de bienestar y empatía, el carácter y la vitalidad en general.[7]
Algunos documentos lo describen como “aturdimiento”.
Las personas se sienten irritables, experimentan confusión y dificultades para concentrarse. Por eso un ambiente irradiado converge con otras tendencias en el diseño de una sociedad de relaciones frágiles y fricción creciente.
Este efecto global es más fácil de visualizar a través de “la metáfora de la colmena”.
El biólogo alemán Ulrich Warkne, que estudia hace décadas el comportamiento social de las abejas, describe lo que sucede en una comunidad de abejas cuando se la expone a un campo electromagnético.
“La temperatura de la colonia se eleva considerablemente. La defensa del territorio social aumenta de forma descontrolada hasta el punto de que unos individuos pueden matar a otros. Ya no se reconocen entre ellos…”
(Warnke, 2007, p 23).
Después de unos días expuestas al campo, las abejas pierden sus roles, el trabajo social se desorganiza, muchas abandonan la colmena y la comunidad se destruye en el caos generalizado.
La metáfora de la colmena nos sugiere la sutil influencia que un discreto bombardeo inalámbrico, desde múltiples dispositivos, puede tener sobre la vida de millones de personas. Imaginemos pequeñas alteraciones, casi imperceptibles, que se combinan y se retroalimentan, y se traducen en conflictos que crecen, grupos que se desorganizan y personas que se aíslan unas de otras.
En términos hipotéticos, el resultado de un incremento de microondas crearía ciudadanos menos dialóguicos y más confrontativos, menos colaborativos y más competitivos, menos creativos y más mecánicos, menos amorosos y más egoístas.
¿Hay algo de este panorama en la sociedad actual? ¿Somos abejas crecientemente irritadas en un caldo electromagnético cada vez más potente?
Hasta ahora, estudiando el crecimiento de enfermedades conectadas con la contaminación electromagnética, hemos descubierto claros vínculos entre el incremento de las emisiones, y la propagación de ciertos síntomas y patologías.
¿Qué pasa si estudiamos las mismas variables conectadas con el incremento del divorcio, la fragmentación política o la incomunicación doméstica? Tal vez los gadgets que creemos tan esenciales para comunicarnos, en realidad interfieren en una efectiva comunicación con nuestros semejantes.
Olle Johansson cree que disminuyendo el nivel de las emisiones volveríamos a una sociedad “cara a cara”.[8]
¿Qué pasa si medimos el incremento de las emisiones asociado con los problemas de concentración, disciplina y violencia entre los estudiantes, las dificultades congnitivas y la baja en el rendimiento escolar?
The Bioniciative Report lo expresa sin medias tintas:
“Podría tener serias implicaciones para la salud de los adultos y el funcionamiento de la sociedad si años de exposición de los jóvenes a los CEM pudieran resultar en una capacidad disminuida para pensar, juzgar, memorizar, aprender y controlar la conducta”.
Una objeción habitual:
“El electrosmog no puede ser culpable de todos nuestros males”.
Por supuesto que en un mundo multidimensional y complejo no hay factores determinantes. Pero es obvio que algo que está en todas partes, necesariamente debe afectarlo todo.
Hace 3 años que realizo observaciones de campo en Mercedes, Buenos Aires, una ciudad que yo considero altamente irradiada por su concentración de mástiles en el centro, en una llanura donde las ondas no tienen ningún obstáculo natural que las amortigüe.
Aquí me encuentro frecuentemente a personas con algún síntoma del “ciudadano irradiado”:
Es víctima de cambios abruptos del humor, brotes de tristeza inexplicables, desinterés y baja energía.
Es presa fácil de conductas adictivas que le mitiguen un leve discomfort que no sabe de dónde viene.
Su creatividad natural es aplastada por un sentimiento de pereza.[9]
Tiene fatiga crónica. Se despierta a menudo por la noche. Se levanta como si no hubiera descansado.
Muchas personas no alcanzan a enfermarse en el sentido médico de la palabra, pero se tornan en “ciudadanos disfuncionales”: trabajadores descuidados y carentes de compromiso,[10] o estudiantes desmotivados con dificultades cognitivas.
No se trata de una relación lineal. Por supuesto que estos síntomas también se explican en otros factores.
Pero el bombardeo inalámbrico le aporta sinergia al proceso. Porque algo emerge claramente después de muchas décadas de estudio de los efectos de un bombardeo inalámbrico: si usted quiere desorganizar a un grupo o una sociedad, irrádiela.
Obtendrá una baja en la vitalidad y salud general de la gente, habrá mayor desconfianza interpersonal, brotes de conflictividad y rispideces. Los vínculos sociales y comunitarios se harán más frágiles. Los acuerdos serán más difíciles, y menos duraderos.
Una completa consumación de la profecía de Brzezinski:
“Millones de ciudadanos descoordinados entre sí y fácilmente controlables”.
Referencias
[1] A Firsterberg.
[2] Barrie Trower llama la atención sobre un punto inquietante: “Yo trabajé con varias decenas de frecuencias utilizadas en la guerra de las microondas. “¿Por qué la industria de la telefonía móvil ha elegido trabajar con algunas de ellas?”
[3] Disponible en varios idiomas en www.bioiniciative.org
[4] Ulrich Warnke, “Abejas, aves y hombres”. Una publicación de la asociación alemana Kompetenzinitiative zum Schutz von Mensch, Umwelt und Demokratie (Iniciativa para la protección del hombre, el medio ambiente y la democracia).
[5] “Es improbable que puedan realizarse experimentos con campos magnéticos que sean reproducibles, especialmente en organismos complejos como el hombre; por ejemplo los parámetros metabólicos específicos son demasiado variados. Ninguno de estos parámetros puede ser utilizado como la constante requerida para ser reproducibles. La “prueba” como criterio en el sentido científico clásico es por tanto utópica” (Warnke,2007).
[6] Arthur Firstenberg reúne mucho material elocuente en su sitio www.cellphonetaskforce.com
[7] Ver “Changes of Clinically Important Neurotransmitters under the Influence of Modulated RF Fields” (Rimbach Study) http://www.emfacts.com/2011/09/changes-of-clinically-important-neurotransmitters--under-the-influence-of-modulated-rf-fields-rimbach-study/ September 4, 2011
[8] “Electrosensitivity: is technology killing us?" Nicholas Blincoe, The Guardian, 29 Marzo 2013. http://www.guardian.co.uk/society/2013/mar/29/electrosensitivity-is-technology-killing-us
[9] Hay estudios académicos que muestran la correlación negativa que existe entre la exposición a ‘gadgets’, y la creatividad. Un grupo que se interna en la naturaleza, sin aparatos electrónicos ni señal de internet, al cabo de tres días experimenta una mejora de rendimiento de hasta el 50% en ejercicios que miden la creatividad y la resolución de problemas. Ver John Platt, “Study: Nature inspires more creative minds". http://www.mnn.com/health/fitness-well-being/stories/study-nature-inspires-more-creative-minds
[10] La investigadora Ilonka Harenzi describe así un ambiente electromagnéticamente contaminado: “Uno se siente incómodo. El ambiente caótico arrastra la resonancia de bajas armónicas, un sentimiento de descuido, pereza, o estrés emocional circula en todo el ambiente y afecta a todo aquel que ingresa”.
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