Por años hemos escuchado que las grasas son malas, que el colesterol es de lo peor, y que todo debiera ser light. Como resultado la ingesta de grasas en el mundo ha decaído, pero no así los índices de obesidad, las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y otro tipo de problemas relacionados con la salud.
© desconocido¿Por qué si hoy comemos menos grasas, aún así estamos más gordos que nuestros antepasados? ¿Será que las grasas que estamos comiendo no son las adecuadas? ¿Será que nuestra dieta hoy tiene otro tipo de productos que antes no existían? De hecho así es.
En la época de los cazadores-recolectores no existía el azúcar; lo más dulce que podían llegar a comer era algún vegetal tipo zanahoria, o una fruta si tenían suerte. Las grasas que comían normalmente venían de semillas, fuentes vegetales, o fuentes animales frescas, pero definitivamente no de frituras, ni grasas procesadas.
A medida que la población creció, la comida comenzó a ser cada vez más procesada con el objetivo de que aguantara más tiempo en un estante de supermercado. Las principales modificaciones vinieron de parte de los aditivos y las grasas, emulsionando estas últimas para darle mayor estabilidad a los alimentos y permitir su resistencia al paso del tiempo sin echarse a perder. Como resultado, nuestra ingesta diaria de grasas buenas o saludables ha declinado en el tiempo, mientras hemos incrementado el consumo de azúcar y otro tipo de grasas no tan buenas (procesadas, saturadas y grasas trans).
¿Pero por qué entonces hoy se ha empezado a hablar nuevamente de aumentar el consumo de grasas?
Recientemente un polémico libro titulado Grain Brain, del neurólogo Dr. David Perlmutter, puso en el tapete este tema de las grasas v/s azúcares y su relación con nuestra salud actual. En particular y dada su especialidad médica, Dr. Perlmutter se enfoca en la salud del cerebro humano, pero también abarca aspectos de la salud del corazón y la obesidad.
En una entrevista para la revista Forbes, Perlmutter manifestó que debemos retomar los hábitos alimenticios de nuestros antepasados, cuya dieta era alta en grasas, proteínas y fibra, pero muy baja en carbohidratos y azúcares. Una dieta saludable según Perlmutter debería contener por lo menos 75% de grasas, 20% de proteínas y no más de 5 % de carbohidratos; mientras que la realidad actual de nuestras dietas muestra una proporción inversa, con un 20% de grasas, 20% de proteínas y 60% de carbohidratos, lo cual está teniendo graves impactos en nuestra salud.
Según este doctor, las grasas saturadas y el colesterol son los componentes esenciales de las neuronas, y destaca que una de las fuentes más rica en grasas saturadas que existe en la naturaleza es la leche materna.
El colesterol por otra parte, es vital para el buen funcionamiento de nuestro cerebro, ya que actúa como un antioxidante protector de las células y circuitos neuronales. EL 25% del colesterol de nuestro cuerpo se encuentra en el cerebro, y este (el colesterol) es la materia prima de la cual nuestros cuerpos general la vitamina D, responsable a su vez de procesos fundamentales en nuestro organismo como la función cerebral y el paso del calcio a los huesos. Al mismo tiempo, el colesterol es un precursor de las hormonas sexuales estrógeno, progesterona y testosterona, que a su vez también ayudan a un correcto funcionamiento cerebral.
Esto no quiere decir que ahora tengamos luz verde para comer papas fritas, hamburguesas, helados, mantequilla y crema... ni que tengamos que dejar todos los carbohidratos de un día para otro ¡¡todo lo contrario!!
La idea es equilibrar la dieta y tomar mejores decisiones que nos puedan ayudar a prevenir enfermedades y malestares físicos a la larga. Estamos viviendo muchos más años que antes y eso claramente influye en que hoy existan más casos de cáncer, alzheimer, y enfermedades crónicas, pero buena parte de esos casos se podrían evitar si nuestras dietas fueran diferentes y modificáramos ciertos hábitos como el ejercicio, el consumo del alcohol y el tabaco.
Por lo tanto, qué grasas buenas deberíamos estar incorporando diariamente pero con moderación a nuestras dietas:
- Paltas.
- Huevos orgánicos y free range (de gallinas libres).
- Aceite de oliva extra virgen.
- Ghee hecho en casa.
- Aceite de coco orgánica.
- Pescados como el salmón.
- Carne natural (animales sin hormonas y alimentados libremente en pastos).
- Semillas (sésamo, zapallo, maravilla, chía, linaza).
- Frutos secos sin sal (maní, avellanas, almendras, nueces).
- Suplementos de vitamina D o aceites de pescado.
Es tiempo de aprender a alimentarnos bien; de eso depende gran parte de cómo nos sentimos en el día, cómo dormimos y descansamos, cómo nos paramos frente al mundo, la concepción de mundo que tenemos y cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos.
Si tu desayuno ha sido siempre un plato de cereales con leche y azúcar, un jugo de naranja y un sandwich, o una ensalada de frutas con yogurt, haz la prueba de cambiarte uno de estos días a un omelette de verduras, aliñado con un toque de aceite de oliva extra virgen, y acompañado de un té verde. La diferencia la sentirás a eso de las 10 de la mañana cuando el ataque de hambre de todos los días de paso a una sensación de liviandad y saciedad como nunca la habías sentido antes.
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