Sabemos que la muerte es un hecho inevitable, pero en la mayoría de las ocasiones nunca se está lo suficientemente preparado como para poder afrontar, y luego superar, la muerte de un ser querido.
El duelo
Cuando una persona amada desaparece de nuestras vidas hay un vacío que queda a nivel emocional y físico, no sólo es que no lo volveremos a ver, es que tampoco volveremos a compartir las pequeñas y las grandes cosas que hacían que nuestro mundo juntos fuera absolutamente diferente a como es sin él. No sólo se trata de lo que esa persona era para nosotros, también es lo que nosotros representábamos para esa persona.
En estos casos, en psicología hablamos del duelo, es un proceso psicológico compuesto de diferentes fases en las que uno comienza a hacer frente a la pérdida que ha sufrido. Se puede pasar de la negación a la culpabilidad, de la aceptación a la identificación propia con la persona fallecida, pero lo que nunca se puede evitar es sentirnos vacíos y tristes porque ese ser querido ya no se encuentra a nuestro lado.
Durante el proceso del duelo, muchos especialistas y terapeutas recomiendan que una de las mejores formas de superar la muerte de un ser querido es la de aceptar que esa persona ya no se encuentra físicamente entre nosotros, pero eso no impide que espiritualmente sí siga estando, en nuestro corazón, en nuestro pensamiento y en nuestros quehaceres diarios.
Dicen que “el tiempo cura todas las heridas” y aunque uno jamás se olvide de los suyos, el dolor se hace menos intenso, las pérdidas se sienten de otra manera, uno puede recordar sin sufrir y de esa manera tenerlos siempre consigo sin dejar de ser feliz.
Fechas familiares
Estos sentimientos se acrecentan aún mucho más en Navidades, una época familiar que tradicionalmente ha sido defendida como una celebración religiosa y espiritual en la que todos debemos ser felices y mantenernos unidos. Si bien estas cuestiones se han ido perdiendo poco a poco con el paso de los años y, sobretodo, con la llegada de nuevas generaciones, es normal sentir algo de tristeza en estas fiestas, porque en momentos pasados las vivimos –felices- con aquellos familiares o seres queridos que ya no están.
Sentimos que la Navidad ya no es la misma porque esas personas ya no están, pero se nos olvida una cosa: la Navidad puede seguir siendo vivida con alegría y con felicidad, si la tomamos como otro momento más en nuestras vidas, como otra época más del año, en la que se reúne la familia y en la que hacemos regalos.
No importa si a la vez que brindas por un año nuevo las lágrimas se te escapan, no importa si ríes mientras le recuerdas, sólo tienes que tener bien presente que el hecho de que hayas perdido a alguien a quien amas no implica que la vida no siga su curso ni debes de sentirte culpable por ello.
Seguro que tenemos bellos motivos por lo que sonreír cada día y seguro que no tenemos por qué pasar solos las Navidades: familia, amigos, compañeros… Todos ellos pueden ayudarnos en esos momentos que creemos difíciles pero, sobretodo, nos ayudarán a mostrar la mejor de nuestras sonrisas a la vida y porqué no, dedicársela a quien hemos perdido, porque si no lo hacemos por nosotros mismos, hagámoslo por él, por ella o por ellos.
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