La forma en que afrontamos las demandas del entorno, asumimos y expresamos las emociones nos hace más vulnerables a determinadas enfermedades. ¿Cómo prevenirlas?
PEXELS
Dr. Gabor Maté
05 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 13:30
Gabor Maté, un médico experto en analizar la conexión entre el estrés emocional y numerosas enfermedades, dedicó un libro entero a este tema: El precio del estrés (Ed. RBA-Integral). Este artículo recoge un amplio extracto de lo que en esta obra se expone.
Las conclusiones a las que ha llegado la ciencia moderna reafirman la intuición de la sabiduría antigua de que mente y cuerpo son inseparables.
Sin embargo, los especialistas de medicina todavía tratan los síntomas que presenta el organismo de manera aislada: medicación para la inflamación y el dolor, operaciones para extirpar un tejido dañado, fisioterapia para recuperar la movilidad...
Pocas veces se indaga sobre la conexión entre las diversas manifestaciones o se pregunta por el estado psicológico antes del inicio de los síntomas, y de cómo este influye en el curso de la enfermedad.
El hecho de que las diversas formas de afrontar las emociones puedan ser un factor determinante en ciertas dolencias resulta impensable o poco relevante para algunos médicos. Probablemente nos hemos olvidado algo.
El dualismo (dividir en dos lo que es uno) determina nuestras creencias sobre la salud, tanto que seguimos intentando entender el cuerpo independientemente de la mente y del entorno próximo de la persona.
En 1892, el canadiense William Osler, uno de los médicos más reconocidos de todos los tiempos, relacionó la artritis reumatoide con un origen nervioso. Hoy en día la reumatología casi ignora esta gran verdad, a pesar de la evidencia científica que la sustenta.
Una nueva disciplina, la psiconeuroinmunología, estudia precisamente la estrecha relación entre la mente (con su contenido emocional) y el sistema inmunitario. Se empiezan así a desvelar las influencias que pueden tener ciertas características de personalidad o el estrés crónico en procesos de enfermedad como la diabetes, el cáncer o la esclerosis múltiple, entre otros.
Se está descubriendo, por lo tanto, la base científica de esa sabiduría olvidada.
EL ESTRÉS: UNA RESPUESTA INTELIGENTE
Podemos entender el estrés como un conjunto de respuestas físicas y bioquímicas que se producen cuando el organismo percibe una amenaza. El hipotálamo, la glándula pituitaria y las glándulas suprarrenales componen el mecanismo biológico del estrés.
Esta respuesta aparece con la finalidad de mantener la estabilidad del organismo. Puede estar provocada por una amenaza real o bien por la percepción subjetiva de la existencia de un peligro.
Entonces, para facilitar el enfrentamiento o la huida:
La sangre es desviada de los órganos internos hacia los músculos, y el corazón la bombea con mayor rapidez.
El cerebro se centra plenamente en la situación, olvidándose por ejemplo del hambre o el instinto sexual
Los suministros de energía almacenada se movilizan en forma de moléculas de glucosa.
Las células inmunitarias se activan con objeto de aumentar las defensas internas.
La adrenalina, el cortisol y las demás sustancias vinculadas al estrés son las encargadas de llevar a cabo estas funciones. Pero estos cambios fisiológicos deben mantenerse dentro de unos límites seguros: demasiado azúcar en la sangre provocaría un coma, así como un sistema inmunitario hiperactivo pronto produciría sustancias químicas tóxicas.
Por lo tanto, la respuesta del estrés debe entenderse no solo como la reacción del cuerpo ante una amenaza, sino también como un intento de mantener la homeostasis interna dentro de esa reacción.
ESTRÉS AGUDO VS. ESTRÉS CRÓNICO
Puede resultar paradójico pretender que el estrés, un mecanismo fisiológico esencial para la vida, sea una de las causas de enfermedad. Para resolver esta aparente contradicción, es preciso diferenciar entre un proceso agudo y uno crónico.
El estrés agudo supone una respuesta inmediata, a corto plazo.
El crónico, en cambio, implica la activación de los mecanismos del estrés durante largos periodos de tiempo, debido a que la persona se expone de forma duradera a factores de estrés, ya sea porque no los reconoce como tales o no dispone de suficiente control sobre ellos.
En una situación de estrés cronificada, los niveles de cortisol permanentemente elevados incrementan la excitabilidad y dañan los tejidos. Los niveles altos de adrenalina aumentan la tensión arterial y perjudican el corazón. Mientras que también se produce un efecto inhibidor sobre el sistema inmunitario, el responsable de proteger al organismo de posibles alteraciones e infecciones.
En un famoso estudio se midió la actividad de las células NK ("Natural Killer"), que forman parte del sistema inmune y tienen la función de destruir células tumorales o infectadas por virus.
Se compararon dos grupos: esposos y esposas que cuidaban de una persona con enfermedad de Alzheimer con un grupo control. Los resultados evidenciaron que el funcionamiento de este tipo de células estaba significativamente suprimido en los cuidadores, debido a la situación estresante que vivían, especialmente en aquellos que mostraban niveles más bajos de apoyo social.
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¿CÓMO AJUSTAR LAS SEÑALES DE ESTRÉS?
En nuestra sociedad civilizada se ha perdido el contacto con el sistema de alarma que supone el estrés.
La reacción de enfrentamiento y huida ante una amenaza seguramente era indispensable en una época antigua, cuando los seres humanos debían defenderse de múltiples peligros. Ahora estas respuestas a menudo carecen de sentido.
Lo que sucede es que el cuerpo responde a las fuentes de estrés, pero sin que la mente tenga conciencia de ello. Se corre el riesgo, por lo tanto, de mantenerse en una situación estresante.
Como los animales de laboratorio incapaces de huir, las personas a veces se encuentran atrapadas en estilos emocionales y de vida nocivos para su salud.
Cuanto más elevado es el progreso económico, más anestesiado se parece estar ante las realidades internas. Y al no sentir lo que está sucediendo en el propio cuerpo, no es posible actuar de un modo autoprotector.
Ya no se dispone de la capacidad de detectar las señales del estrés. Fomentar la competencia emocional, como la habilidad de reconocer los estados internos y encauzarlos de un modo adecuado, supone seguramente la mejor medicina preventiva.
LA ESCLEROSIS MÚLTIPLE: EL PAPEL DEL ESTRÉS EN SU CURSO
Una investigación realizada con personas diagnosticadas de esclerosis múltiple, una enfermedad neurodegenerativa en la cual las manifestaciones repentinas se alternan con periodos sin ningún síntoma, concluyó que los pacientes sometidos a un estrés intenso, como graves dificultades relacionales o económicas, tenían casi cuatro veces más probabilidades de padecer un brote degenerativo.
La idea de que el estrés psicológico empeora la progresión de la esclerosis múltiple no es nueva. La opinión médica entiende el estrés como un factor que influye en diversas enfermedades, pero lo vincula a vivencias muy intensas como quedarse en paro, una separación o la muerte de una persona querida.
Estos acontecimientos sin duda son potentes agentes de estrés, pero también existe un tipo de estrés más cotidiano, fundado en las estrategias vitales de la persona, que puede ser incluso más insidioso y dañino en sus consecuencias a largo plazo.
Podemos afirmar, por lo tanto, que el modo de vida de las personas puede contribuir en el desarrollo y progresión de una enfermedad.
La relación entre comportamiento y salud resulta obvia en el caso de fumar y padecer un cáncer de pulmón. Pero tales conexiones son más difíciles de probar cuando se refieren a estados emocionales.
LA INTERVENCIÓN DEL ESTRÉS EN LOS PROCESOS TUMORALES
Fumar no es la única causa del cáncer de pulmón, así como nadar en aguas profundas no siempre implica una muerte por ahogamiento. Para alguien que sabe nadar bien o posee un chaleco salvavidas, una inmersión plantea un pequeño riesgo. Solo se produce un ahogo si existe una combinación de factores. Lo mismo sucede con el cáncer de pulmón.
Las influencias psicológicas contribuyen decisivamente a un nivel biológico en la aparición de la enfermedad maligna. Pero el desarrollo se realiza en varias fases.
La primera supone la iniciación, momento en el cual una célula normal sufre una mutación. Fumar tiene un efecto directamente perjudicial en el material genético de las células pulmonares. Sin embargo, el ADN tiene la capacidad de recuperarse por sí mismo.
"Es un hecho que cualquier ser humano tiene minúsculos tumores cancerígenos creciendo en su cuerpo en todo momento", afirma Candace Pert, reconocida neurocientífica.
Las células dañadas, por otro lado, con frecuencia mueren sin reproducirse, lo cual justifica que muchos fumadores no desarrollen nunca un cáncer. El estrés, no obstante, puede alterar estos mecanismos de reparación.
La supresión habitual de la emoción, una tendencia que se ha observado en muchos pacientes de cáncer, deja a la persona en una situación de estrés crónico. Se ha comprobado que esto disminuye la capacidad de reparar los daños en el ADN o de desechar las células anormales.
En otras palabras, la enfermedad no es el simple resultado de un ataque exterior sino que se desarrolla en un huésped vulnerable en el cual el contexto interno se halla desequilibrado previamente.
Las fases subsecuentes del proceso canceroso son la promoción y la progresión. Las células malignas se dividen llevando a la formación de un tumor.
Curiosamente, un estrés agudo, que produce un aumento temporal del cortisol, ejerce un efecto saludable, dado que bloquea la replicación de estas células. Por esa razón en el tratamiento de la leucemia y el linfoma se utilizan análogos sintéticos de esta hormona del estrés.
En la leucemia, un estrés agudo puede producir incluso una remisión, es decir, un periodo de inactividad. Se piensa que eso es lo que pasó durante la enfermedad del compositor Béla Bartók.
En cambio, los niveles de cortisol siempre elevados en personas estresadas de manera crónica no son tan saludables. Bajo estas condiciones el sistema inmunitario puede llegar a estar demasiado confundido para reconocer las células mutadas que forman el cáncer o excesivamente debilitado para llevar a cabo un ataque efectivo contra ellas.
¿HAY RELACIÓN ENTRE EL CÁNCER Y LA PERSONALIDAD?
El estilo con que se afrontan las diversas situaciones parece determinar las enfermedades a las que una persona resulta más vulnerable.
Los individuos definidos como tipo A muestran una tendencia colérica y agresiva, tensión corporal y una actitud controladora, y son más propensos a padecer problemas cardiovasculares.
La personalidad tipo C se ha descrito como excesivamente cooperante, paciente, pasiva, con falta de autoafirmación y tendencia a reprimir las emociones negativas, y se asocia con cáncer de mama, de pulmón y melanoma, entre otros.
En numerosos estudios sobre cáncer se identifica como factor de riesgo la incapacidad para expresar las emociones, en especial la ira, pues aumenta el estrés fisiológico del organismo, sobre todo si se combina con sentimientos de desesperanza y falta de apoyo social.
No se puede afirmar que un tipo determinado de personalidad provoque cáncer. Pero sí que el estrés mina el equilibrio y las defensas inmunitarias del cuerpo, predisponiéndolo a la enfermedad o reduciendo su resistencia frente a ella.
El melanoma ilustra la futilidad de las reducciones simplistas a un único origen.
Tener la piel clara no puede ser la causa de este cáncer, ya que no todas las personas blancas lo desarrollan.
El daño de la piel por los rayos ultravioleta tampoco basta, dado que solo una minoría que sufre quemaduras solares tendrá cáncer de piel.
La represión emocional por sí misma no lo justifica, ya que no todas las personas con estas características lo desarrollan.
Sin embargo una combinación de estas tres circunstancias puede resultar potencialmente mortal.
LA ENFERMEDAD COMO CULMINACIÓN DE UN PROCESO
Estos estilos de afrontamiento emocional representan una desfiguración de los límites, una confusión entre el yo y el no-yo.
El cáncer, la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple... A pesar de que a menudo se desarrollan en la edad adulta, suponen la culminación de un proceso que puede durar toda la vida.
La forma que tienen las personas de relacionarse, actuar y pensar se establece a raíz de la interacción con sus primeros cuidadores y de sus experiencias vitales.
De ahí proviene el sentido que se le da al mundo: puede tratarse de una vivencia de aceptación de indiferencia negligente, o percibirse como un entorno hostil en el que es preciso mantenerse en alerta ansiosa...
Pero eso no quiere decir que los progenitores sean los culpables de la enfermedad de sus hijos. Ser padres supone formar parte de un baile de generaciones. Aquello que haya afectado a una familia pero no se haya resuelto pasará a la siguiente.
La culpa, por lo tanto, pierde sentido si se retrocede en la historia familiar y se observa lo que cada generación ha recibido y lo que le ha faltado.
COMPETENCIA EMOCIONAL Y SALUD
Diversas investigaciones han identificado tres factores que inducen estrés: la incertidumbre, la falta de información y la pérdida de control. Los tres están presentes en la vida de las personas que padecen enfermedades crónicas.
La competencia emocional permite prevenir estas situaciones y es un factor protector de la salud. Requiere capacidad para:
Sentir las emociones, de modo que sea posible ser consciente de cuándo se sufre estrés.
Expresarlas de manera efectiva y, por lo tanto, afirmar las propias necesidades y reconocer las limitaciones personales.
Distinguir entre reacciones psicológicas relacionadas con la situación presente y aquellas que son un residuo del pasado. Cuando se desdibuja esta diferencia entre pasado y presente se pueden percibir amenazas que no existen en la actualidad.
Ser más consciente de las necesidades genuinas que precisan ser satisfechas, en lugar de reprimirlas para conseguir la aceptación o la aprobación de los demás.
La competencia emocional es la habilidad de actuar de un modo adecuado y satisfactorio con los sentimientos y deseos de cada uno.
EL ESTOICISMO DEL REUMÁTICO
Por ejemplo, muchas personas con enfermedades reumáticas presentan un estoicismo muy característico y llevado a un grado extremo, y una reticencia profundamente arraigada a buscar ayuda.
Se trata de una enfermedad autoinmune, en que las defensas del cuerpo se vuelven en contra del propio organismo. Cuando cuesta distinguir lo que forma parte de uno mismo y lo que no, esta confusión tiende a extenderse a nivel fisiológico.
La ira reprimida parece propiciar así los desórdenes inmunitarios. La incapacidad para expresar los sentimientos de una manera efectiva y la tendencia a anteponer las necesidades ajenas a las propias son aspectos comunes en las personas que desarrollan una enfermedad autoinmune.
https://www.cuerpomente.com/salud-natural/estres-emocional-tras-enfermedades_9054
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