Una dilatada experiencia docente me ha enseñado que existen dos condiciones fundamentales para tener éxito en la práctica de las metodologías parapsicológicas en general y las radiestésicas en particular:
la experimentación en sí misma y el conocimiento de los mecanismos por los cuales el fenómeno se produce.
la experimentación en sí misma y el conocimiento de los mecanismos por los cuales el fenómeno se produce.
En efecto, he observado que por más que un alumno se entrene en los aspectos exclusivamente aplicables del péndulo u otra variante instrumental radiestésica, sus resultados siempre serán sensiblemente menores que aquellos que obtendrán quienes, quizás con menor entrenamiento, se han interiorizado, por el contrario, en conocer el “cómo” y el “porqué” además del “para qué”.
La explicación es sencilla: proviene del terreno de la informática y la biología aplicada a la cibernética y se denomina “retroalimentación”.
Ya hemos hecho referencia en otro lugar a la inutilidad de buscar explicaciones meramente físicas para hacer entendibles las reacciones del péndulo; no se trata ya de suponer que interactúan fuerzas o energías de naturaleza electromagnética o similares, ni tampoco, obviamente, atribuir a “espíritus” o “inteligencias elementales” el movimiento de aquél. ¿Por qué no?.
Por varias razones (que necesitarían de otro artículo para desarrollarse) entre las cuales no es la menor la aplicación de lo que en Epistemología se conoce como “Navaja de Occam”, o “Principio de economía de hipótesis”: “Cuando existen varias posibles hipótesis para explicar un fenómeno, debe comenzarse por tomar la más sencilla; sólo en el caso de que ésta no explique todas las facetas del problema, se continuará con la que le siga en complejidad y así sucesivamente”. Evidentemente, una explicación espiritualista viola este principio por ser mucho más forzada que la parapsicológica que vamos a proponer.
Por varias razones (que necesitarían de otro artículo para desarrollarse) entre las cuales no es la menor la aplicación de lo que en Epistemología se conoce como “Navaja de Occam”, o “Principio de economía de hipótesis”: “Cuando existen varias posibles hipótesis para explicar un fenómeno, debe comenzarse por tomar la más sencilla; sólo en el caso de que ésta no explique todas las facetas del problema, se continuará con la que le siga en complejidad y así sucesivamente”. Evidentemente, una explicación espiritualista viola este principio por ser mucho más forzada que la parapsicológica que vamos a proponer.
Como cualquier interesado en los estudios parapsicológicos sabe, es común a todos los seres humanos (formando parte así del llamado Inconsciente Colectivo de la humanidad) la capacidad de producir fenómenos paranormales, conformando lo que se ha dado en llamar la “Potencialidad Parapsicológica” del individuo. Debe comprenderse que tal capacidad es genéticamente innata en el ser humano, sí, pero su detentación no implica necesariamente la manifestación de la misma.
Es posible, entonces, que existan personas que dejen transcurrir sus vidas sin protagonizar ningún fenómeno de tal índole (cosa bastante difícil: más bien podríamos decir que pasan sus vidas sin tomar conciencia o atribuyendo a “casualidades” tales hechos), ya que se requieren específicas circunstancias –tales como determinadas psicopatologías, infancias conflictivas, pubertades violentas o, en el otro extremo del espectro, un prolongado e intenso entrenamiento) para que cualquiera de esos fenómenos se ponga de relieve. Otras, tal vez, sean parte actuante en una que otra anécdota de este tipo y un pequeño grupo, finalmente, está conformado por aquellos que con asiduidad evidencian en el entorno de su realidad, tales capacidades.
Es posible, entonces, que existan personas que dejen transcurrir sus vidas sin protagonizar ningún fenómeno de tal índole (cosa bastante difícil: más bien podríamos decir que pasan sus vidas sin tomar conciencia o atribuyendo a “casualidades” tales hechos), ya que se requieren específicas circunstancias –tales como determinadas psicopatologías, infancias conflictivas, pubertades violentas o, en el otro extremo del espectro, un prolongado e intenso entrenamiento) para que cualquiera de esos fenómenos se ponga de relieve. Otras, tal vez, sean parte actuante en una que otra anécdota de este tipo y un pequeño grupo, finalmente, está conformado por aquellos que con asiduidad evidencian en el entorno de su realidad, tales capacidades.
En tanto, las investigaciones han demostrado que existe, desde un abordaje estrictamente psicologista, una condición fundamental para la exteriorización –o no– de tales fenómenos: la mayor o menor rigidez de los Mecanismos de Defensa del Yo.
Sin ánimo de convertir esta nota en un ensayo monotemáticamente psicológico, recordemos simplemente y a título orientativo que además de los niveles Conciente e Inconsciente (Individual y Colectivo) del ser humano existe, entre ellos dos, un crepuscular estado que conocemos con el nombre de “Preconciente”.
Es imperativo recordar que en él se asientan los Mecanismos de Defensa del Yo, definibles como las instancias psíquicas –unas innatas, otras adquiridas vivencialmente– que actúan de “filtro” protegiendo el Inconsciente, por un lado, de múltiples y pequeñas agresiones, que no por ser cotidianas y de poca monta dejarían de producir, por acumulación, efectos perniciosos en nuestro carácter, conducta y personalidad.
Por otro lado, esos mecanismos impiden que aflore al Conciente todo ese reservorio de imágenes, recuerdos, palabras, olores, números, sabores, placeres y pesares que duermen en nuestro Inconsciente.
Por otro lado, esos mecanismos impiden que aflore al Conciente todo ese reservorio de imágenes, recuerdos, palabras, olores, números, sabores, placeres y pesares que duermen en nuestro Inconsciente.
Como es natural comprender, cualquiera puede imaginar qué ocurriría si, por ejemplo, mientras me concentro en escribir estas líneas, mi atención conciente se viera inundada por todos los recuerdos acumulados en mis cuatro décadas de vida: no sólo me resultaría absolutamente imposible seguir trabajando sino que, muy probablemente, enloquecería rápidamente al desgarrarse mi capacidad de atención, tratando de focalizarse en miles de estímulos y sensaciones simultáneos.
Así, mi Preconciente actúa como esos filtros unidireccionales que permiten, verbigracia, el paso de un fluido en una dirección pero lo inhiben de hacerlo en la contraria. En este caso, toda esa información psíquica pasa y es acumulada en mi Inconsciente, pero esa válvula que es el Preconsciente no permite, en cambio, que información depositada con anterioridad en el Inconsciente “salte a la conciencia” al menos, por supuesto, que sea a requerimiento de mi voluntad, cuando busco un dato en mi memoria en función de mis necesidades.
Otra de las aptitudes del conjunto de estos mecanismos es la de “protegernos” contra factores circunstanciales que, por el aspecto estresante de su irrupción en nuestra vida mental, podrían ocasionar severos perjuicios. Algunos de esos mecanismos son los siguientes:
Negación: es la tendencia instintiva a no aceptar determinados hechos, aun cuando las evidencias estén a nuestro alcance, en tanto nuestro Inconsciente no lo asimile lentamente.
Racionalización: es explicar lo desconocido en términos de lo conocido.
Represión: es ocultar, al extremo de no recordar, excepto en particulares situaciones detonantes, específicos traumas sufridos en momentos variados de la vida.
Desplazamiento: es transferir a un objeto, individuo o situación, los contenidos inherentes a otro objeto, persona o situación.
Sublimación: ante la insatisfacción de un deseo reemplazarlo por la acción contraria.
Pues bien, se ha observado que cuando un individuo tiene sus mecanismos de defensa del yo débiles, ya sea por problemáticas psicológicas, falta de educación o flexibiliza los mismos por el esfuerzo consciente y voluntario de un prolongado entrenamiento, los contenidos inconscientes, naturalmente, no encuentran tantas barreras para “salir al exterior”, siendo ésta –entre otras– la causa de disfunciones mentales como las ya referidas. Se comprende así que, en tales personas, tal como emanan esos contenidos inconscientes también puede hacerlo la Potencialidad Parapsicológica, precisamente porque, como refiriera, su situación es la del área no consciente.
En cambio, cuando un individuo ha rigidizado esos mecanismos, moldeado por el “corset intelectual” que implica una educación académica, por escepticismo a ultranza o, sencillamente, la falta de experiencias vivenciales en este terreno, esa Potencialidad Parapsicológica no fluye con libertad. En consecuencia, todos los fenómenos susceptibles de ser producidos por la misma, encuentran el mismo obstáculo.
Uno de esos fenómenos es el llamado ”clarividencia” que se define como el conocimiento de situaciones a las cuales no tenemos acceso con los sentidos físicos. Por ejemplo, casos de clarividencia son aquellos en los que “percibimos” cuál es el contenido de un cajón cerrado con llave, o sabemos qué está ocurriendo lejos con determinada persona. Cuando la clarividencia se efectúa sobre eventos futuros, la denominamos premonición, o, más precisamente, precognición, y cuando se ejecuta sobre el pasado, recibe el nombre de postcognición o retrocognición.
En los temas objeto de prospección radiestésica, la clarividencia se manifestaría cuando, después de un esfuerzo mental más o menos exigido, simplemente “intuímos” o “sabemos” –por vías no racionales– la respuesta buscada, sea ésta la ubicación de una napa de agua o un documento extraviado en un punto ignorado de una amplia vivienda.
Así, el clarividente refiere, motivado por instancias cuya etiología le es absolutamente desconocida pero sobre cuyo significado no tiene la menor duda, en qué punto de una ciudad o un país se encuentra la persona sobre la que es interrogado o, en una prospección premonitoria, el eventual resultado de una situación que se gestará en un futuro más o menos inmediato.
Así, el clarividente refiere, motivado por instancias cuya etiología le es absolutamente desconocida pero sobre cuyo significado no tiene la menor duda, en qué punto de una ciudad o un país se encuentra la persona sobre la que es interrogado o, en una prospección premonitoria, el eventual resultado de una situación que se gestará en un futuro más o menos inmediato.
Pero quien no es clarividente natural, aun contando potencialmente con esa facultad se verá necesitado de recurrir, si le interesa trabajar en este sentido, a un mecanismo sustituto. Así se vale del péndulo, por ejemplo, cumpliéndose el siguiente mecanismo:
a) La clarividencia, natural pero absolutamente inconsciente del sujeto, poco más o menos simultáneamente al momento de su formulación, ya conoce la respuesta a la pregunta planteada.
Pero, por ser precisamente inconsciente, el sujeto no se da cuenta –es decir, no hace conciente– ese conocimiento subliminal. Dicho de otra forma, el Inconsciente le estaría gritando la respuesta al Conciente pero éste, ubicado detrás del muro del Preconsciente, no escucha.
Pero, por ser precisamente inconsciente, el sujeto no se da cuenta –es decir, no hace conciente– ese conocimiento subliminal. Dicho de otra forma, el Inconsciente le estaría gritando la respuesta al Conciente pero éste, ubicado detrás del muro del Preconsciente, no escucha.
b) Entonces el Inconsciente, que continúa siendo presionado por la exigencia del operador en conocer una respuesta a su pregunta, debe efectuar un rodeo, buscar un medio alternativo de expresar la información que está tratando de transmitir y para ello ordena, primero al sistema nervioso central y luego al periférico la realización de una serie de contracciones musculares, inconscientes e involuntarias, que barren el brazo del sujeto.
c) De esta manera el brazo, a instancias del Inconsciente, imprime al péndulo su giro en uno u otro sentido que el operador observándolo interpretará como respuestas.
Si no se ha prestado debida atención a los procesos descriptos, se puede caer en el error de preguntar: “…si de una u otra forma es uno mismo quien da movimiento al péndulo, ¿qué valor puede tener la respuesta?
…”. Pues, precisamente, el valor que le da el hecho de un origen inconsciente y, como tal, alimentado en la propia Potencialidad Parapsicológica. En última instancia, seamos pragmáticos: poco importa en realidad si el péndulo se mueve por nuestra fuerza inconsciente o porque algún fantasmita burlón lo agita, mientras sus respuestas sirvan para respondernos cuestiones que consideramos fundamentales.
Publicado por Gustavo Fernández en 27-01-2013
Muchas gracias por la informacion, me resolvio algunas dudas que tenia, antes pensaba que con el pendulo se invocaban seres astrales.
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