Todos cometemos errores. No somos infalibles. Y los cometemos más a menudo de lo que nos gustaría reconocer. Algunos errores son pequeños e intrascendentes, como no comprar leche porque estamos “seguros” de que aún nos queda en casa.
Otros son más importantes, como confundir el horario de una entrevista de trabajo y perder esa oportunidad. Y otros errores marcan puntos de inflexión en nuestra vida, como perder a una pareja por el miedo al compromiso.
Las tres formas de afrontar los errores
A nadie le gusta equivocarse. No lo hacemos a propósito. De hecho, solemos vivir los errores como experiencias emocionales desagradables. Sin embargo, lo verdaderamente importante no es el error sino cómo reaccionamos cuando nos damos cuenta de que nos equivocamos. ¿Qué hacemos cuando llegamos tarde a la entrevista de trabajo y perdemos esa oportunidad?
Algunos simplemente admiten que se equivocaron: “he olvidado la hora de la cita, la próxima vez tendré que anotarlo en mi agenda”. Se trata de la reacción más madura porque no solo implica reconocer la responsabilidad sino, además, tomar medidas para que no vuelva a ocurrir. Admitir y aprender de nuestros errores nos permite entrar en una espiral de crecimiento.
Otros dan a entender que se equivocaron, pero sin reconocer abiertamente su error: “si no hubiera sido por el tráfico, habría llegado a tiempo. La próxima vez tendré que salir más temprano”. En este caso, aunque no se asume directamente la responsabilidad, al menos se aprende la lección. No es lo ideal. Pero al menos es algo.
Otros, sin embargo, se niegan rotundamente a reconocer su error e incluso responsabilizan a los demás: “Los entrevistadores deben prever posibles retrasos, ¡es inaudito que no me hayan dado una segunda oportunidad!”
En este caso no solo se rechaza la responsabilidad personal, sino que se culpa a alguien más por lo ocurrido e incluso se puede llegar a negar los hechos o distorsionarlos para que se ajusten a la visión personal. ¿Por qué algunas personas reaccionan así?
Para el ego frágil, los errores son amenazas
El error tiene una connotación negativa que se imprime con fuego en nuestra mente desde los primeros años de vida. Una educación basada fundamentalmente en el premio a los aciertos y el castigo al error sienta un precedente negativo, haciendo que algunas personas intenten evitar los errores por todos los medios posibles – e imposibles.
Esas personas están convencidas de que los errores les restan valía y les exponen a la humillación o desaprobación social. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Stanford reveló que el dolor social activa los mismos circuitos cerebrales que el dolor físico.
Como resultado, el cerebro interpreta cualquier ataque al ego, desde una leve crítica hasta un rechazo directo, como un dolor físico. El miedo a la reacción social, por ende, generaría una resistencia a reconocer los errores.
Sin embargo, quien teme a la reacción social es porque tiene un ego frágil. Las personas que no se sienten seguras de sí mismas y dependen de la aprobación ajena, suelen ver los errores como situaciones profundamente amenazantes, de manera que su ego no los tolera y los niega.
Para esas personas, aceptar que se equivocan equivale a un duro golpe a su autoestima, por lo que ponen en marcha un mecanismo de defensa que les lleva a distorsionar la realidad para que se amolde a sus ideas.
A menudo también se trata de personas muy rígidas, que no retroceden ni un ápice en sus ideas y no reconocen que se han equivocado ni siquiera ante hechos irrefutables. Esa rigidez psicológica no es sinónimo de fortaleza, como quieren hacer creer, sino de debilidad. Esas personas no se apegan a su visión de los hechos por convicción sino para proteger su ego. Quien no reconoce sus errores, por tanto, es una persona psicológicamente frágil.
¿Círculo vicioso o espiral de crecimiento? Tú decides
Admitir que nos equivocamos puede ser un duro golpe para cualquier ego. Es necesario tener mucha fuerza emocional y una autoestima sólida para reconocer nuestros errores y asumir la responsabilidad.
Pero si no somos capaces de reconocer nuestras equivocaciones, no podremos subsanarlas. Como resultado, nos sumergiremos en un círculo vicioso condenados a tropezar indefinidamente con la misma piedra. Y eso es aún peor.
Pero si no somos capaces de reconocer nuestras equivocaciones, no podremos subsanarlas. Como resultado, nos sumergiremos en un círculo vicioso condenados a tropezar indefinidamente con la misma piedra. Y eso es aún peor.
Neurocientíficos de la Universidad Estatal de Michigan comprobaron que cuando cometemos un error, en nuestro cerebro se generan dos señales rápidas. Una respuesta inicial indica que algo salió mal. Una segunda respuesta más larga indica que estamos intentando corregir el error.
Lo interesante es que el cerebro de las personas que piensan que pueden aprender de sus errores reacciona de manera diferente.
Lo interesante es que el cerebro de las personas que piensan que pueden aprender de sus errores reacciona de manera diferente.
La segunda señal es mucho más intensa, lo cual significa que su cerebro está trabajando intensamente para corregir el error, prestando más atención.
Las personas que tenían una mentalidad rígida y que no reconocían sus equivocaciones, sin embargo, no mostraban ese nivel de activación, lo cual significa que no están corrigiendo el error. Como resultado, su desempeño era peor ya que se equivocaban continuamente.
Las personas que tenían una mentalidad rígida y que no reconocían sus equivocaciones, sin embargo, no mostraban ese nivel de activación, lo cual significa que no están corrigiendo el error. Como resultado, su desempeño era peor ya que se equivocaban continuamente.
Reconocer los errores no es una sensación agradable. Podemos sentirnos mal, pero quizá esa es precisamente la clave. Neurocientíficos de la Universidad Estatal de Ohio descubrieron que las personas que solo pensaban en el fracaso tendían a buscar excusas por las cuales no tenían éxito y no se esforzaban más cuando se enfrentaban a una situación similar.
Estas personas buscaban justificaciones para pensar que el error no fue culpa suya o que sus consecuencias no eran tan tremendas como parecía. Solían desarrollar pensamientos autoprotectivos como “no fue mi culpa” o “no podría haberlo hecho mejor, aunque lo hubiese intentado”.
Sin embargo, las personas que se enfocaban en sus emociones tras un fracaso, se esforzaron más cuando enfrentaron una situación similar. Estas personas mostraron pensamientos de mejora como “me esforzaré por hacerlo mejor la próxima vez”.
Eso significa que podemos usar las emociones a nuestro favor, como indicadores que nos ayuden a aprender de nuestras equivocaciones y esforzarnos por evitarlas en el futuro.
Eso significa que podemos usar las emociones a nuestro favor, como indicadores que nos ayuden a aprender de nuestras equivocaciones y esforzarnos por evitarlas en el futuro.
De hecho, el único gran error que podemos cometer es negarnos de manera rígida y persistente a reconocer nuestros errores pensando que ello es un signo de fuerza o convicción porque en realidad es todo lo contrario: una señal de inmadurez y fragilidad.
Fuentes:
Nelson, N. et. Al. (2018) Emotions Know Best: The Advantage of Emotional versus Cognitive Responses to Failure. Journal of Behavioral Decision Making, 31(1): 40-51.
Sturgeon, J. A. & Zautra, A. J. (2016) Social pain and physical pain: shared paths to resilience. Pain Manag; 6(1): 63–74.
Moser, J. S. et. Al. (2011) Mind your errors: Evidence for a neural mechanism linking growth mindset to adaptive post-error adjustments. Psychological Science; 22(12): 1484-1489.
septiembre 1, 2019
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