El psiquiatra Mariano Almudevar me envía un texto, que voy a publicar en cinco capítulos, sobre el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). El objetivo es intentar contribuir a un debate amplio, abierto y sostenido, basado en hechos y argumentos, que a muchas personas nos parece urgente, dado el proceso de medicalización de la infancia que está produciéndose en la sociedad. El TDAH, fue definido como “trastorno” específico de la infancia en el Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales (DSM III).
Dicho libro es la “biblia” de la psiquiatría moderna, el sistema de clasificación estadounidense de trastornos mentales que se publicó por vez primera en 1980, fecha que podemos señalar como el inicio de un crecimiento sostenido de diagnósticos que adquiere carácter de incontrolable epidemia global a fines de siglo.
Anteriormente, a niños inatentos, inconsecuentes y muy movidos, particularmente si había dificultades específicas del aprendizaje como la dislexia, se les atribuía un “daño cerebral mínimo” (minimal brain damage) o “hiperactividad”, cuya frecuencia era baja, creo recordar que de 0’2 por ciento o menos y requería la presencia de tal hiperactividad en entornos de escuela, hogar y clínica. El primer concepto “daño cerebral mínimo”, desapareció de la clínica por falta de pruebas de los llamados “signos neurológicos blandos” (soft neurological signs) que lo justificarían y el segundo “hiperactividad”, se incorporó en los DSM.
Es muy significativo que la hiperactividad pasó pronto a segundo plano hasta el punto de utilizarse como categoría el TDA (sin hiperactividad). Las “cláusulas de exclusión” de otros trastornos también fueron progresivamente ignoradas y hoy muchos de los diagnosticados de TDAH en USA tienen otros “trastornos co-mórbidos”.
En el DSM 5, la última versión del manual, ha subido el límite de edad de comienzo hasta los doce años, pero en la práctica se puede diagnosticar el TDA en adultos sin probar que empezó antes de esa edad. Hasta ese registro en 1980 se entendía que la hiperactividad tendía a desaparecer con los años y tenía alguna relación con el uso deaditivos alimentarios o incluso el plomo de la gasolina (ver estudios relacionados con The Isle of Wight Studies, M. Rutter et al, 1964).
El TDAH ha sido y es objeto de controversia pública en la sociedad angloamericana. Algunos, dicen que está infra-diagnosticado otros que al contrario. Hay neurólogos (Baughman) y psiquiatras (Breggin) que llevan muchos años diciendo que es una falacia; otros piensan que es un cajón de sastre en el que se incluyen un número de conductas problemáticas y bajos rendimientos escolares o simplemente niños “trasto” o despistados.
Detrás del diagnóstico puede haber desde chavales inteligentes y curiosos que se aburren con las rutinas homogeneizadas del aula, a otros con dificultades específicas del aprendizaje; desde la expresión en el escenario escolar de situaciones familiares complicadas o negligentes hasta aquellas en la que el niño no llega a las expectativas de los padres; desdemaestros que por una razón u otra necesitan una tranquilidad regimentada en el aula, hastapsicólogos con escasa o nula conciencia de la diversidad o variabilidad en el ritmo del desarrollo humano.
Solo una minoría de diagnosticados muestra hiperactividad en sesiones clínicas y a pesar de ser el más ampliamente estudiado de los trastornos psiquiátricos de la infancia, su diagnóstico se hace sobre la base de quejas y observaciones de maestros, a veces bajo amenazas de sanciones y su frecuencia y la polémica siguen creciendo.
A pesar del repetido lema de que hay alguna anormalidad biológica diferenciada del trastorno y marcadores biológicos, tales marcadores siguen siendo elusivos o tan heterogéneos y especulativos que son incapaces de dar unidad nosológica a un diagnóstico que depende de la subjetividad, no del paciente sino de otros, pues el niño no se queja de nada. En fin, que tales marcadores biológicos específicos del trastorno no existen.
En el sistema clasificatorio de las enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, CIE 10 (F90), que se utiliza en general en Europa y no implica ni tratamientos ni causas, sino solo “listas de problemas con las que el paciente visita al psiquiatra”, esas conductas vienen bajo la categoría de Trastorno de Hiperactividad, algo más rigurosa y que tiene a la hiperactividad como faceta necesaria para el diagnóstico. Los síntomas catalogados en el DSM, se han vuelto cada vez más vagos y subjetivos, hasta estar presentes en casi toda la población en algunos momentos de sus vidas.
La frecuencia del “trastorno” baila enormemente aunque la cifra más repetida hoy es la de del 6%, si bien encuestas recientes la acercan al 10% en los USA. La frecuencia ha ido aumentando a un ritmo de un 3% por año acelerándose al 5’5% al año recientemente. En los USA varía mucho entre estado y estado llegando en algunos de ellos hasta más del 15%.
El “trastorno” tiene, se supone, un componente genético en la gran mayoría de los casos y en tanto que se referiría a una carga genética causante, no olvidemos, de una enfermedad que afecta al desarrollo, en casi un 10% de la población y creciendo, este supondría una revolución en biología evolutiva.
Por Miguel Jara, 11 de septiembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario