Las técnicas de segunda generación de modificación genética de los cultivos evitan algunos de los problemas que anteriormente provocaron la hostilidad, sostiene Brian Heap.
Los países de la Unión Europea (UE) están perdiendo terreno en la carrera internacional para cultivar más alimentos en tierras cada vez más escasas. Esto tiene consecuencias graves y urgentes para la ciencia y el medio ambiente de la UE, así como para la seguridad alimentaria, el empleo y el crecimiento económico. Y esto se debe a una forma lenta y costosa de regular los organismos genéticamente modificados (GM).
Las actitudes y acciones históricas de la UE han limitado el uso de los cultivos transgénicos, tanto en casa como en los países en desarrollo. La región tiene ahora que basar su normativa en este ámbito en conocimientos científicos sólidos, como ha prometido hacer. Una primera prueba de este compromiso será el enfoque de la UE para la próxima generación de tecnologías de mejoramiento genético de los cultivos. Estas técnicas permiten a los científicos generar variedades de plantas con rasgos deseables con mayor precisión, rapidez y eficiencia que con el mejoramiento convencional.
Una característica clave de muchas de estas técnicas, que incluyen algunas de las que inducen a modificaciones epigenéticas (es decir, modificaciones que no causan cambios en la propia secuencia del ADN), es que dejan el cultivo resultante libre de genes extraños a la especie. En efecto, los cambios inducidos por la modificación genética moderna a menudo no se pueden distinguir de los producidos por reproducción convencional o variación genética natural. Esto plantea problemas para los reguladores. En pocas palabras, siendo así, ¿pueden considerarse cultivos GM (genéticamente modificados o transgénicos)?
La diferencia es más que semántica. Una clasificación GM plantea obstáculos regulatorios y costes asociados, que podrían poner el uso comercial de estas técnicas más allá del alcance de las pequeñas empresas y de los investigadores del sector público. Estas técnicas tienen el potencial de mejorar la resistencia de los cultivos a las enfermedades y aumentar el rendimiento y el contenido nutricional, pero la clasificación como GM podrían limitar su aplicación a cultivos de alto valor, como ocurrió con la primera ola de los cultivos transgénicos. Resultaría un mecanismo perverso si los costes de la regulación que encierran la promesa de la innovación agrícola quedase en manos de unas pocas grandes empresas.
En un informe publicado esta semana por el European Academies Science Advisory Council (EASAC) en Halle, Alemania, del que soy presidente, señala, los grupos de expertos ya han llegado a la conclusión de que muchas de estas nuevas técnicas de cultivo, no constituyen realmente una modificación genética, al menos en la forma en que el término se utiliza generalmente. Por lo tanto, las plantas que producen no deben ser reguladas como si fuesen organismos GM. El trabajo sobre estas técnicas está muy avanzado, en particular, en Estados Unidos y Europa. La UE aún no ha decidido cómo clasificarlo, y en consecuencia, regular las plantas así producidas, y esto dificulta el progreso en Europa.
El mundo se enfrenta a problemas importantes en la seguridad alimentaria, junto a las presiones del crecimiento demográfico, el cambio climático y la inestabilidad económica y social. Las biociencias pueden jugar un papel importante en la intensificación sostenible de la agricultura, en la mejora de la eficiencia en la producción y en evitar la pérdida de la biodiversidad. Como se observa en el reciente número especial de Nature sobre la modificación genética (nature.com/gmcrops), el mundo está cambiando y muchos países en desarrollo están participando activamente en la investigación de tecnologías avanzadas persiguiendo sus propias prioridades.
Lo Investigadores y cultivadores de plantas en toda Europa necesitan con urgencia conocer cuál es la situación jurídica de estas nuevas técnicas de cultivo. Recientes evaluaciones de seguridad de grupos de expertos de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria en Parma, Italia, ya han determinado que los riesgos son similares a las de plantas cultivadas convencionalmente y los producidos por cisgénesis (en el que sólo se introducen genes de la misma especie o los de un cruce relativamente normal), y los de la mutagénesis dirigida (en el que se cambian sólo nucleótidos específicos de un gen); también es probable minimizar los efectos no deseados asociados con la interrupción de los genes o de elementos reguladores en el genoma modificado.
La confirmación por la UE de que estas técnicas dirigidas no suponen níngún ADN extraño y por tanto, de deberían entrar en el ámbito de aplicación de la legislación GM, daría un considerable apoyo a la innovación agrícola en Europa. Sin este apoyo, existe el riesgo de que los científicos y las empresas en este campo se trasladen a otros lugares, lo que aceleraría el impacto negativo sobre la ciencia y la competitividad de Europa.
Pero las implicaciones van más allá. Una posición reguladora de la UE no basada en principios científicos sólidos podría generar efectos perjudiciales en cadena en los países en desarrollo, que podrían depender de la UE para los mercados de exportación, o buscar su liderazgo en la gestión de la innovación biociencia. Hay una necesidad cada vez mayor de coherencia y armonización, de una política basada en la evidencia mundial que permita sincronía del desarrollo tecnológico y el comercio.
Al mismo tiempo que se dirige una gestión más adecuada de estas nuevas técnicas, la UE debe cambiar hacia un enfoque más amplio en su regulación de los cultivos GM. Debe hacerlo transparente, predecible y adecuados a los objetivos, teniendo en cuenta la amplia evidencia de un uso seguro de estos cultivos en todo el mundo.
Al igual que otros sectores de la innovación, el objetivo debe ser el de regular el producto y no la tecnología que lo produce. Al hacer un mejor uso de todas las técnicas de mejoramiento de cultivos y así reducir la dependencia de las importaciones de alimentos y de la alimentación de animales, la UE puede ayudar a mejorar el uso de la tierra en otro lugar, y permitir más que la agricultura en los países en desarrollo pueda utilizarse para las necesidades locales.
- Nature 498, 409 (27 junio 2013) doi: 10.1038/498409a.
- Brian Heap es presidente de EASAC .
Pedro Donaire
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